El zar Nicolás II
Nikolái Aleksándrovich Romanov, que pasaría a la historia como el zar Nicolás II, nació el 18 de mayo de 1868 en la población de Tsárskoie Sieló. Fue el primogénito del zar Alejandro III. Oficialmente fue el penúltimo zar de Rusia, tras abdicar en 1917 a favor de su hermano menor, el zar Miguel II (Mikail Aleksándrovich Romanov) sin embargo, en la práctica, fue el último zar ruso.
La infancia del futuro zar de todas las Rusias estuvo señalada por la rigidez de su educación dentro de los formalismos propios de una corte aristocrática. Cuando era niño, su abuelo Alejandro II fue asesinado y su padre, Alejandro III subió al trono, con lo que, automáticamente, Nicolás se convirtió el zarévich (príncipe) heredero del imperio ruso.
Tuvo una educación sólida y esmerada, con frecuentes viajes a Japón, India e Inglaterra, nación esta última con cuya realeza, los Romanov tenían vínculos de parentesco. Nicolás dominaba el inglés, el alemán y el francés. Tenía una cercana amistad con su primo Jorge V, príncipe de Inglaterra. Nicolás tuvo una juventud marcada por la buena vida, los viajes y los amoríos, algunos tan escandalosos para su sociedad como el que sostuvo con la bailarina Mathilde Kschessinska, pero finalmente sentó cabeza con una nieta de la reina Victoria I, la princesa alemana Alix de Hesse-Darmstadt, con quien se casaría en 1894.
La futura zarina cambió de credo convirtiéndose a la religión oficial del imperio: el cristianismo ortodoxo ruso y, además, cambió su germánico nombre por el de Alejandra Fiodorovna. Poco antes de su matrimonio, el zar Alejandro III había fallecido y, tras un prudente tiempo de duelo, Nicolás fue coronado ese mismo año como zar.
Su gobierno se caracterizó por ser una monarquía autocrática, en la misma línea que sus antecesores y sin la menor intención de cambiarla o de ceder un ápice el poder, por el contrario, todos sus esfuerzos se centraron en preservar el poder absoluto de la monarquía rusa. Pese a todo, Nicolás no tenía capacidades políticas para dirigir un imperio, se dejaba llevar por los consejos de su neurótica esposa Alejandra, quien tenía una inmensa influencia sobre el débil zar.
Nicolás II reavivó los afanes expansionistas del imperio, emprendiendo campañas hacia el Oriente, mismas que terminaron con la Guerra ruso-japonesa (1904-1905), misma que le atraería la animadversión de los rusos y provocaría levantamientos armados en 1905. Obligado, tras las revueltas, tuvo que reconocer a una asamblea legislativa, la DUMA, que de algún modo limitaba su poder. Pese a todo, Nicolás II seguía siendo un ferviente creyente en la autocracia y evitó, por todos los medios, el tránsito de Rusia hacia la monarquía constitucional.
Nicolás seguía atendiendo los consejos de la zarina, quien, además, tenía arranques místicos manipulados hábilmente por un oscuro personaje que se hacía pasar por monje: Grigori Yefímovich Rasputín. Este personaje se había logrado colar hasta el poder gracias a que los zares estaban convencidos que, gracias a sus curaciones mágicas la enfermedad del zarévich Alejandro, la hemofilia, se había controlado. Nicolás no sería un gran zar, pero siempre gozó la fama de ser un buen esposo y un solícito padre.
En 1914, estalló el conflicto armado contra Alemania, gobernada a la sazón por su primo Guillermo II con quien sostenía buenas relaciones; pese a todo, ambas naciones se vieron enfrentadas en lo que terminaría convirtiéndose en la Primera Guerra Mundial.
Las pérdidas económicas, las derrotas y el sufrimiento del pueblo ruso por la guerra, aumentaron la impopularidad del zar, quien además había asumido la dirección del ejército ruso en 1915; ante su incapacidad fue obligado a abdicar en marzo de 1917.
Tras la abdicación, Nicolás II y su familia en pleno (su esposa Alejandra, sus hijas –Olga, Tatiana, María y Anastasia– y el zarévich Alejandro, además del médico y varios sirvientes) fueron hechos prisioneros por los bolcheviques, quienes los trasladaron primero a Tobolsk en donde vivieron el crudo invierno siberiano, en la primavera fueron trasladados a Ekaterinburgo en donde los mantuvieron en el sótano de una casa de campo. Todo parece indicar que fueron fusilados brutalmente el 17 de julio de 1918 . Un concilio arzobispal decidió canonizar al zar Nicolás II y su familia como mártires cristianos del comunismo en el año 2000.