El virreinato de Nueva España
El virreinato de Nueva España fue el nombre que la administración del reino de España le dio a la región del continente americano en los territorios mexicanos y los estados de California, Nevada, Colorado, UTA, Nuevo México, Arizona, Texas, Oregón, Washintong y gran parte de los estados de Idaho, Montana, Wyoming, Kansas, Oklahoma y Lousiana, así como la parte suroeste de la colonia británica en Canadá, que en el periodo en el que México era colonia de España, es decir, a comienzos del siglo XVI y principios del siglo XIX.
Este nombre se lo puso Hernán Cortés a los territorios que conquistó tras la caída definitiva de México –Tenochitlan en manos de los españoles, por las semejanzas que encontró con el reino de España, y esto referido a la combinación de climas, reflejándose en uno y otro caso los climas templados, áridos y fríos.
Este virreinato fue una fuente muy importante de ingresos para el reino de España, en el que había importantes centros mineros como son los de Guajanato, San Luís Potosí e Hidalgo así como centros de exportación de riquezas más escasas en los territorios peninsulares.
Antes de la llegada de los conquistadores españoles a la zona esta estaba dividida en pequeños reinos los cuales tan pronto llegaron los españoles, se aliaron, sobre todo por una especie de temor a los dioses, de terror religioso que invadió a todos los pueblos indígenas. Los españoles a cambio, conservaron los pequeños estados independientes de indios, que aun hoy son la base de muchos estados mexicanos, con cultura propia y con una propia idiosincrasia, que se conserva perfectamente gracias en parte de la estrategia de conquista del imperio de España.
En cuanto a la organización del virreinato decir, que al frente del mismo se establecía un virrey nombrado por el soberano español y en nombre del cual ejercía el poder. A lo largo del tiempo en el que duró el virreinato, hubo 63 virreyes, de los cuales, el primero fue Antonio de Mendoza. Para que el funcionamiento del virreinato fuera el correcto, fue necesario al contrario de lo que los historiadores de antes pensaban la participación y colaboración de los pueblos indígenas. Se trataba pues el virreinato de un sistema de dominio indirecto, en el que se ejercía el poder a través de los caciques indígenas, y de ahí que fuera tan fundamental su colaboración, convirtiéndose esto en el punto fuerte y en el punto débil del sistema.
Para controlar a los caciques indígenas se creó la figura del encomendero, que no eran más que los conquistadores que se instalaban en los territorios conquistados y se encargaban de cobrar tributos. Por cada uno de los antiguos señoríos indígenas se creó una encomendación. Los encomenderos tenían dos obligaciones principales: una, la de controlar a los pueblos indígenas y dos evangelizar a los indios, logrando mayores triunfos cuantos más indígenas evangelizaran.
Precisamente es curioso, pero creemos importante añadir, que la justificación legal y moral de la conquista durante aquel tiempo, era que lo importante no era los pingües beneficios económicos que se obtenían, sino la difusión de la fe católica. Para lograr esto era fundamental la adhesión a la fe católica del cacique principal, porque así el pueblo se adhería con mayor facilidad. La clave principal de esta evangelización “forzosa” fue la conversión de las familias indígenas de los ritos poligámicos a los ritos monogámicos. Para ello hubo que cambiar costumbres y legislación, por lo que fue necesario el apoyo de las autoridades. Esa misma red de intereses creados fue la que transformó los edificios de adoración de dioses indígenas en templos cristianos y conventos, que serían al fin y al cabo lo encargados de propagar la fe católica.