Muhammad al Mahdi
Muhammad ibn Mansur al Mahdi fue el tercer califa abbasí, que gobernó los destinos del califato entre los años 775 y 785. Sucedió a su padre Al Mansur en su dignidad a la muerte de este. Su herencia era un inmenso imperio que abarcaba Egipto, Arabia, Siria, Iraq e Irán. Los abbasíes habían perdido durante la década del 760 la mayor parte de sus posesiones en el norte de África, merced a la revuelta bereber jarichí, que dio lugar a varias dinastías bereberes autónomas.
Los abbasíes habían accedido al poder después de una cruenta guerra civil contra sus rivales de la tribu omeya, a cuyos miembros exterminaron en torno al 750. Uno de ellos, no obstante, escapó, fundando un emirato independiente en Al Andalus, Abd al Rahman. Abbas fue un tío del Profeta del que descendían los miembros de la dinastía abbasí. El padre de Al Mahdi, Al Mansur, fue el verdadero fundador de la dinastía abbasí, con el traslado de la administración desde Siria y su capital Damasco, a Iraq, territorio donde los abbasíes tenían mayor respaldo político y religioso, y donde al Mansur había fundado una ciudad que estaba destinada a convertirse en el verdadero centro político del Islam, Bagdad, o Madinat al Salam, “ciudad de la paz”.
Lo cierto es que, en los comienzos del califato de Al Mahdi, la situación de Iraq era de gran heterogeneidad social, pues en su territorio se reunían gentes de muchas culturas diferentes y muy distintas religiones. Cristianos, judíos, musulmanes, incluso zoroastras, hindúes y budistas tenían espacio en Bagdad. Las rutas comerciales que tomaron la ciudad como centro de comunicaciones favorecían un ambiente intercultural y una singular prosperidad que con los años convertiría esa ciudad en una de las más pobladas del mundo.
La paz interna de la que Al Mahdi gozó favoreció esa expansión comercial que con su opulencia embellecería la ciudad del Tigris. También el propio califa supo operar en favor de la libertad de acción de sus súbditos, aboliendo leyes que impedían muchos aspectos de la vida de los que no eran árabes. Fue esa misma paz la que le permitió dedicarse a una labor de organización interior, que se reflejó con el establecimiento de nuevos ministerios (diwan) para depurar la administración del ejército y las finanzas, por poner de ejemplo los casos más llamativos. Se suplantó un ejército de fervientes árabes defensores de la fe por mercenarios, muchas veces no islámicos, que terminó con las guerras de conquista religiosa. Esta administración tuvo el empuje que supuso la generalización del uso del papel llegado de China.
En esa administración creada por Al Mahdi tuvieron un papel protagonista la familia de los Barquémidas, familia de origen iranio y de reciente conversión al islam, que despertó reticencias a pesar de su gran poder en el visirato: llegaron a controlar la mayor parte de los puestos de influencia del Estado abbasí, aunque tendrían un trágico final durante el reinado de Harun Al Rashid (786-809). La importancia de los iraníes en los diwanes principales del Estado motivó reticencias de los árabes.
Además de su labor administrativa, Al Mahdi también se destacó por su interés en las artes y las ciencias. Durante su reinado, Bagdad se convirtió en un importante centro de aprendizaje, atrayendo a eruditos de todo el mundo islámico. Al Mahdi patrocinó la traducción de textos griegos y persas al árabe, contribuyendo a la preservación y difusión de estos conocimientos. También se le atribuye la creación de la Casa de la Sabiduría, una de las bibliotecas y centros de estudio más importantes de la época.
En el campo religioso, Al Mahdi, aunque toleró a judíos y cristianos y por lo general a aquellos mercaderes llegados de regiones distantes con religiones exóticas o desconocidas, decretó también la persecución de determinados grupos minoristas, como la herejía dualista de los zindiq, afincada en el propio Bagdad. Su obra se orientó también a la declaración de la ortodoxia islámica, como correspondía al califa, al mismo tiempo líder político y religioso de la comunidad islámica, doctrina que este califa fortaleció considerablemente en los años que estuvo en la cumbre del Imperio Árabe.
La mayor herencia del reinado de al Mahdi fue la esplendorosa ciudad de Bagdad. Con la dinastía abbasí el islam alcanzó las mayores cotas de esplendor urbano, comercial e incluso intelectual. En otros aspectos, la obra de Al Mahdi y su padre especialmente no fue tan provechosa para los intereses del islam. La expansión religiosa se frenó como resultado de las características del nuevo ejército, compuesto por mercenarios y no guerreros yihadistas. Muchos grupos disidentes se establecieron también en los límites del poder abbasí y fueron poco combatidos, a pesar del peligro que representaban.
A finales del califato del Al Mahdi, se anunciaba una pugna sucesoria de la cual el mayor beneficiario fue Al Rashid, segundo hijo de Al Mahdi, pues el primogénito, Abu Abdallah, murió sin apenas cumplir un año como califa (786), asediado por la guerra civil. Sin embargo, la influencia de Al Mahdi se extendió más allá de su muerte, y su legado continúa siendo una parte integral de la historia y la cultura islámica.