La caída de Constantinopla
La toma de Constantinopla por parte del Imperio Otomano se considera el fin de una época al poner punto y final al Imperio Romano de Oriente y otorgar el último espaldarazo a la que sería una de las principales potencias de la zona hasta el mismo S. XX.
Lo cierto es que Constantinopla se encontraba en un serio declive desde el 1200. Fue entonces cuando fue conquistada por los cruzados que, en teoría, venían a defender el mismo cristianismo de sus dirigentes frente a los musulmanes.
Desde entonces, agravado por el cisma entre las Iglesias Romana y Ortodoxa, el ataque de los turcos se veía venir en el tiempo, sin que occidente mostrara el más mínimo interés en la histórica capital. Por su parte, tampoco los habitantes de la ciudad estaban demasiado por la labor de pedir ayuda: el intento del Emperador Juan VIII de poner fin a las diferencias entre las dos Iglesias provocó serios tumultos en la ciudad, nada partidaria de ningún acuerdo con los papistas.
El hermano de este Emperador, Constantino XI, también intentó limar asperezas con sus aliados naturales de Roma, pero el clero bizantino seguía boicoteando la idea. Esto, obviamente, interesaba al Sultán otomano, en esa época Murad II.
Los primeros preparativos para el ataque vinieron precedidos por un ataque de confianza de Constantino. Ante la muerte de Murad II, su hijo Mehmed prometió dejar tranquila la ciudad y el resto de territorios controlados por ella. Esto hizo pensar al Emperador que los otomanos estaban en una posición de inferioridad y exigió un pago anual, que debía servir para mantener con vida a un familiar del Sultán, retenido en Constantinopla como rehén. Este hecho, soliviantó a Mehmed que, de inmediato, empezó a preparar el ataque. Corría el año 1452.
Los preparativos fueron largos. Ambos bandos procuraron agrupar el mayor número posible de aliados y soldados. Por parte bizantina, sus peticiones de ayuda a occidente fueron correspondidas por el Papa, que envió barcos y soldados, casi todos genoveses y venecianos. Sus convecinos de Pera, hoy en día dentro de Estambul, también accedieron a participar en la defensa. Sin embargo, para decepción del Emperador, Constantinopla ya no era lo que había sido: solo contaba con 50000 habitantes y, de entre ellos, solo unos 7000 soldados.
Por su parte, los otomanos pasaron rápidamente a la acción. Levantaron una muralla a 10 kilómetros de la ciudad y trataron de bloquear las vías marítimas de suministros. Su ejercito llegaba a los 100000 soldados y se hizo construir un moderno cañón de cerca de nueve metros de longitud.
Por fin, en Abril de 1453, el sitio dio comienzo, precisamente con el disparo del enorme cañón. Pronto los disparos de este causaron estragos en las murallas bizantinas. Los defensores trataban de reconstruir los daños cada noche, con un gran esfuerzo por su parte.
En un principio, ese fue el único frente de batalla, ya que los otomanos ignoraron la posibilidad de un ataque por mar. A decir verdad, las defensas de la ciudad eran bastante más solidas por esa vía, de ahí que decidieran intentar tan solo ataques por tierra.
Lo cierto es que los asediados tuvieron pronto buenas noticias. Dos victorias, una de ellas al mismo Sultán, dieron moral a los sitiados.
A finales del mes de abril, los barcos del Papa comenzaron a llegar a la zona, consiguiendo burlar el bloqueo establecido a la entrada de los Dardanelos, consiguiendo llegar a la ciudad.
Mehmed continuó lanzando ataque tras ataque: bombardeos de la muralla, intentos de construir túneles para alcanzar la urbe, proceder al refuerzo del bloqueo…pero sin llegar realmente al enfrentamiento directo. Estas escaramuzas fueron bien aguantadas por los defensores, pero supuso un gran desgaste físico que, poco a poco, fue pasando factura.
A este cansancio se le unieron una serie de sucesos que, en la supersticiosa sociedad de la época, consiguieron que el ánimo decayera aún más: un eclipse lunar, que recordaba una antigua profecía sobre la caída de la ciudad, una imagen de la Virgen que cayó al suelo durante una procesión, una tempestad que inundó las calles…detalles que, vistos desde la perspectiva de nuestros días eran nimios, en esa época causaron gran preocupación. Y no era menos la que causaba el hecho de que los barcos que los venecianos habían enviado no llegaran todavía.
Evidentemente, tampoco los turcos estaban exentos de problemas. El coste del enorme ejercito empezaba a agobiar las arcas del Sultán y los oficiales, además, lanzaban críticas a la forma en la que se estaba llevando a cabo la campaña. Mehmed, intentado acortar el asedio, lanzó un ultimátum a los bizantinos: la ciudad a cambio de las vidas de sus ciudadanos. Prometió levantar el cerco a cambio de que se le pagara un tributo. La oferta fue rechazada, entre otras cosas porque la ciudad no contaba con recursos suficientes para aceptarla. Mehmed preparó entonces el ataque final.
El día anterior a este, el Sultán ordenó a sus tropas que descansaran. El silencio, tras días de bombardeos y escaramuzas, era sobrecogedor, según relatan los cronistas. Para romperlo el Emperador hizo que todas las iglesias tocaras sus campanas ininterrumpidamente y él y sus súbditos acudieron a orar a Santa Sofía.
Esa misma madrugada comenzó el asalto total a las murallas. Más de dos horas resistió el ejercito bizantino, pero la superioridad numérica y de estado de animo de los otomanos acabó por imponerse. Un cañonazo abrió una brecha y los jenízaros atacaron por allí. Y, a pesar de esto, fue una imprudencia de los defensores la que acabó por inclinar la balanza.
Distraídos por lo que sucedía en esa zona, los bizantinos dejaron una de las puertas de la murallas abierta. Por allí entró un destacamento de jenízaros, que logró penetrar las primeras murallas. A su vez, el valeroso capitán genovés Giustiniani, que dirigía la defensa, fue herido y sus soldados, desmoralizados, desertaron de sus puestos.
Cuentan que Constantino luchó en persona en las murallas, sin rendirse hasta que cayó en combate.
Esa misma tarde, Mehmed entró por fin en la ciudad. En un primer momento la ocupación fue bastante tolerante ( de hecho más que la que protagonizaron los cruzados). Santa Sofía y el resto de los edificios, aunque pasaron a ser mezquitas, fueron respetados y invitó a los habitantes a quedarse en sus hogares, respetando sus bienes. Incluso designó a un patriarca ortodoxo, permaneciendo en la ciudad un gran número de cristianos, aunque un gran grupo de sabios griegos marchó a occidente, colaborando de manera activa en el Renacimiento
Fue, en cualquier caso, el fin de la presencia del antiguo Imperio Romano en oriente. La ciudad cambió de nombre, pasándose a llamar Estambul y dio comienzo a la expansión del Imperio Otomano hasta la misma Viena.