Golda Meir
El nombre de Golda Meir ha quedado indeleblemente unido al del propio Estado de Israel. Participó en su fundación y alcanzó el puesto de Primera Ministra, siendo una de las primeras mujeres en llegar a un cargo tan alto en todo el mundo.
Sin embargo, la niñez de Golda Meir poco hacia presagiar el futuro que le esperaba. Nacida en una familia judía en Ucrania en 1898, en aquel entonces parte del Imperio Ruso, su infancia vino marcada por la pobreza y por el antisemitismo y los progromos que asolaban la región. Ambas circunstancias harían mella en la ideología de la futura dirigente, ya que las ideas socialistas, que una de sus hermanas profesaba, irían influyendo en ella.
Como tantas otras familias, decidieron emigrar a los Estados Unidos, donde ya se encontraba su padre. Allí, en Milwaukee, la pobreza no desapareció en absoluto y, además, comenzó a tener problemas con sus padres. Las creencias conservadoras de estos contrastaban con los sueños de Golda, que quería estudias magisterio. Llegó hasta tal punto que, cuando intentaron casarla, siguiendo la tradición judía, a los 14 años, la joven huyó de su casa y se marchó a vivir con la hermana señalada anteriormente.
Así pasaron varios años que significaron un crecimiento en lo personal y en lo ideológico para la joven. Aparte de estudiar, Golda Meir empezó a frecuentar los círculos sionistas socialistas que se reunían en casa de su hermana. Incluso se prometió a uno de ellos.
Golda volvió a casa de sus padres una temporada, pero no abandonó la actividad política. Como buena muestra, entró a militar en el partido “Po’alei Sion” (“obreros sionistas”) y conoció a dirigentes como Ben-Gurion o Ben Tsvi. Incluso fue elegida por su ciudad para el Congreso Judío Estadounidense.
Toda esta actividad la condujo a dar el paso final: emigrar, junto a parte de su familia y su prometido a Palestina. Corría el año 1921 y la zona se encontraba bajo mandato británico. La pareja se instaló en un Kibutz, pero su ya marido no terminó de adaptarse a las condiciones de vida de la comuna y forzó a que la abandonaran, dirigiéndose a Tel Aviv y, más tarde, a Jerusalén.
En 1928 Golda Mair entra de lleno en la actividad política de la región, cuando acepta un cargo en la rama femenina del sindicato sionista Histadrut. Esto, más las diferencias que ya se venían produciendo desde la llegada a Palestina, provocó el divorcio de su esposo, aunque nunca lo hicieran legalmente.
Cuatro años después, marcha de nuevo a los Estados Unidos, pero esta vez para recaudar fondos que ayudaran a la causa sionista. De regreso, es nombrada delegada del Partido Laborista para entrar en el ejecutivo de su sindicato. Este cargo fue el que mantuvo hasta 1948, cuando se crea el Estado de Israel.
Desde su puesto en el sindicato, Meir hizo una importante labor en la defensa de los trabajadores, con más incidencia aún si eran mujeres. Igualmente, en esa convulsa época, se distinguió por su trabajo con los refugiados que llegaban a Palestina.
En 1938, acudió a una conferencia internacional sobre el tema y, enfadada por como las potencias occidentales daban largas y solo hacían promesas vagas a todos los actores del conflicto, decidió emprender acciones más contundentes. Su lucha antes y durante la Segunda Guerra Mundial contra las restricciones impuestas por los británicos, le hizo ganar cada vez más peso en la política interna sionista.
Terminado el conflicto, Meir se puso en huelga de hambre para intentar presionar a la administración colonial, que había creado centros de internamientos para los supervivientes del Holocausto que habían emigrado allí. La tensión entre judíos y británicos fue subiendo bastantes grados, hasta el punto de que las autoridades encarcelaron a buena parte de la cúpula hebrea. Esto, aupó a Golda Meir a puestos de más relevancia: se convirtió en la segunda de a bordo de la Agencia Judía, al lado de un viejo conocido, Ben-Gurion, que se había librado de ser encarcelado por estar de viaje.
A partir de ahí, la futura Primera Ministra se movió en dos direcciones diferentes. Por una parte, pasó a convertirse en la interlocutora directa de los británicos, negociando el plan de Partición de Palestina. Por otra, era el enlace con los grupos armados judíos, como la Hagana y el Irgun, que luchaban por lo mismo.
En 1947 la ONU decide la partición de Palestina en un estado judío y otro árabe. Obviamente, los segundos no aceptan esta partición y, ante la casi total seguridad de que se aproximaba la guerra, Golda parte a recaudar dinero a Estados Unidos. Con éxito, ya que vuelve con 50 millones de dólares.
Igualmente, parte hacia Jordania para entablar conversaciones con el rey Abdullah II, intentando que no participe en la guerra.
Al final, a pesar de la amenaza bélica, Ben-Gurion declara en 1948 el nacimiento de Israel y Golda Meir es nombrada embajadora ante la Unión Soviética.
Al año siguiente obtiene su primer puesto en el gobierno del partido laborista. Fue nombrada Ministra de Trabajo y Seguridad Social. Su labor, durante siete años, se adaptó perfectamente al ideario que había mantenido desde joven: defensa de los trabajadores y creación de un Estado de Bienestar.
Después pasó a ser Ministra de Asuntos Exteriores y, tras enfrentarse a Ben-Gurion, resulta elegida secretaria general del partido, lo que le abre la puesta para llegar a ser Primera Ministra.
La oportunidad le llega con la muerte de Levi Eshkol, a la sazón Primer Ministro. Este vacío provoca una elección entre los laboristas y Meir la gana como candidata de compromiso. Sin embargo, en las siguientes elecciones generales gana por mayoría absoluta, aunque mantiene el gobierno de concertación con la derecha que regía desde la Guerra de los Seis Días.
Realmente no podemos decir que tuviera un periodo de gobierno sencillo. Los ataque de las organizaciones palestinas, que luchaban por conseguir su independencia, no paran de sucederse. Destaca, por su repercusión, el asesinato de los atletas israelíes durante las Olimpiadas de Munich en 1974.
Podemos decir que Golda Meir actuó siempre desde dos posturas distintas. En el plano interior, se comportó como la socialdemócrata que era (aunque fue ganando en conservadurismo, sobre todo en lo social) , con un gran apoyo popular y político. En el exterior, sobre todo en sus relaciones con los países árabes y con los palestinos, fue lo que hoy llamaríamos un “halcón”, reacia a cualquier principio de acuerdo con ellos y, muchas veces, bordeando, si no saltándose, la legalidad internacional en sus represalias y actuaciones.
Fue una de estas crisis con los árabes la que desencadeno su derrota política. La Guerra de Yom Kippur, en 1973, había sido avisada con suficiente antelación, no solo por sus servicios secretos, sino también por el Rey jordano que viajó a Israel a avisar de lo que se venía encima.
Sin embargo, la reacción de Meir y del ejercito hebreo fue lenta e insuficiente, posiblemente por la visión de “invulnerabilidad” que se había creado tras la Guerra de los Seis Días.
Aunque finalmente supo reaccionar a tiempo e Israel volvió a salir airoso del conflicto, lo cierto es que estuvo a punto de ser muy diferente. Esto hizo que la sociedad hebrea comenzara a criticar a la Primera Ministra y ella misma no se perdonaba su error. A pesar de todo, ganó las elecciones de 1974, pero tuvo que dimitir ese mismo año ante la presión popular que estalló al hacerse público el informe de una Comisión de Investigación sobre la Guerra. Este informe endilgaba toda la culpa a un militar, exculpando a todos los políticos. Esto encendió la llama en un pueblo acostumbrado a rendir honores a sus militares y que pensó que no era justo que los dirigentes acabaran sin ningún tirón de orejas.
Golda Meir vivió sus últimos años en un kibutz y falleció en 1978, victima de un cáncer.