Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki
El 6 de agosto de 1945, el cielo de Hiroshima, ciudad situada en la isla japonesa de Honshu, se oscureció, la tierra tembló y en poco tiempo los muertos se contaron en aproximadamente 150.000 mil, la cuarta parte de la población total de esta ciudad japonesa, que se había convertido en un gran centro militar, y que poco a poco vio desaparecer a la mayoría de sus habitantes, por los efectos ulteriores de la explosión.
Había estallado una bomba atómica, en el puente Aloy, ubicado en el centro de la ciudad, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, sobre un país que ya había sufrido bombardeos (no atómicos) desde 1944, aunque esos ataques no habían afectado a los dos lugares que serían ahora, blanco del peor de los destinos.
Un acontecimiento similar se vivió en Nagasaki, el 9 de agosto del mismo año, una ciudad del mismo estado pero más pequeña. Contaba casi 200.000 habitantes y entre muertos y heridos las víctimas ascendieron a 80.000. A esas consecuencias inmediatas se sumaron los efectos radiactivos que mató o enfermó al 80% del resto de la población que había sobrevivido al horror.
La construcción de las bombas atómicas había sido ordenada por el presidente Roosevelt, de Estados Unidos, el 9 de octubre de 1939, en un programa atómico, conocido como “Proyecto Manhattan” a cuyo desarrollo se sumaron posteriormente el Reino Unido y Canadá. Trasladados a Nuevo México, bajo las directivas del científico Robert Oppenheimer, miles de investigadores se abocaron a la construcción de una bomba atómica a base de uranio y otra de plutonio.
Estados Unidos ingresó en la contienda mundial, el 7 de diciembre de 1941, tras soportar el bombardeo japonés, sin declaración de guerra, de su base naval de Pearl Harbor.
Lograda la rendición de Alemania, el 7 de mayo de 1945, sólo Japón se resistió a dar por perdida la guerra, por lo que el presidente norteamericano Truman, decidió utilizar esa nueva arma letal para terminar definitivamente con el conflicto, tras reunirse la conferencia de Postdam y habiendo fracasado el pedido de rendición incondicional de Japón.
La bomba, que demandó una inversión aproximada de 2.000.000 de dólares fue probada el 16 de julio de 1945, en una zona desértica de Nuevo México.
Los japoneses habían detectado desde sus radares, ese fatídico 6 de diciembre, a aviones enemigos, alrededor de las 7 de la mañana, que se dirigían hacia el sur de su país, por lo que se dio la alerta y se suspendieron las comunicaciones radiales. Pero luego la máxima alerta cesó al comprobarse que sólo eran pocos aviones.
La idea era lanzar las bombas sobre Hiroshima, Kokura, Nagasaki o Niigata, según la que ofreciera las mejores condiciones meteorológicas.
La bomba sobre Hiroshima, llamada Little Boy, fue arrojada desde el B-29, el bombardero Enola Gay, siendo el piloto, el coronel Paul Tibbets, acompañado por otros dos aviones como observadores. Su reacción nuclear comenzó a unos 650 m. de altura, y detonó con una temperatura de 50.000.000 de grados, como una bola incandescente, impactando en forma directa sobre un área poblada de casi 10 km2, alcanzándose a divisar el hongo atómico a una distancia de 20 Kms.
Poco rato después comenzó a caer una precipitación negra, de carbón, que sumó más dramatismo y más muerte.
Hiroshima, está a 700 km. de Tokio, y desde este último lugar se perdió todo contacto con Hiroshima. Al enviar aviones de reconocimiento la comprobación de lo acontecido, sobrepasaba el límite de lo jamás imaginado. Hiroshima, que había surgido a la vida en 1594, había sido aniquilada.
Las operaciones de rescate sólo lograron acrecentar el horror. Médicos, soldados y demás rescatistas fueron poco más tarde víctimas mortales de los efectos radiactivos.
Luego de la bomba de Nagasaki, que fue llamada Fat Man, y que explotó apenas pasadas las 11 horas del 9 de diciembre, el ministro de guerra japonés Korechika Anami, aún quería continuar la guerra, pero fue el emperador el que aceptó entregarse al enemigo. El ministro Anami se suicidó al igual que muchos soldados que prefirieron la muerte antes de rendirse.
La consecuencia inmediata de las explosiones fue la muerte y el caos, sumado a la rendición incondicional de Japón, el 10 de agosto, que sólo logró salvar a su emperador Hiroshito.
La historia sumó detractores y opiniones favorables al bombardeo. Entre los primeros se cuentan quienes sostienen la violación de Estados Unidos de la Convención de La Haya, que impide bombardear ciudades donde se encuentre población civil. Además se sostiene que Japón pronto se rendiría, incluso, que había hecho ofertas de rendición, aunque no aceptaba hacerlo de manera incondicional, reduciendo su soberanía a las islas niponas, perdiendo sus ejércitos y pagando fuertes indemnizaciones de guerra, y por lo tanto, el genocidio no puede justificarse, sino como una venganza de lo que los japoneses hicieron en Pearl Harbor. Ninguno de los dos países se disculparon por esos hechos.
Los que aceptan el bombardeo como única opción posible sostienen que Japón nunca consideró la rendición entre sus planes, y que se puso fin a una guerra que seguiría costando, en caso de extenderse, miles de vidas más. Truman ofreció a Japón la rendición antes de la primera bomba y luego de ella, lo que Japón no aceptó.
Albert Einstein, mostró su arrepentimiento y su deuda de conciencia, ya que él fue quien advirtió a Estados Unidos, en agosto de 1939, por medio de una misiva dirigida al presidente Roosevelt, sobre los avances nucleares nazis, y la conveniencia de iniciarlos por parte de Estados Unidos, ya que había comprobado los efectos letales de la desintegración nuclear en cadena.
En 1949, las autoridades de Japón declararon a Hiroshima santuario internacional de la paz. La reconstrucción de Hiroshima, que se inició en 1952, la erigió en el mundo como una ciudad en memoria de la paz.