La unificación italiana
En 1848, surgió la idea de la unificación italiana, que partía del reino de Piamonte, uno de los siete en los que se hallaba dividida, luego del Congreso de Viena, la mayoría de los cuales eran dominados por el imperio austríaco. Estos conformaban el reino Lombardo-Véneto, con capital en Milán. En el centro se hallaban los estados pontificios, cuya autoridad era el Papa, con capital en Roma, y en el sur, unas rama de la dinastía de los Borbones, de carácter absolutista, gobernaba el reino de las Dos Sicilias, con capital en Nápoles. También la conformaban los ducados de Parma, Módena y Toscana.
Sin embargo, Piamonte, se hallaba en una situación particular, impregnada de un intenso espíritu nacionalista, y de las nuevas ideas liberales, fomentadas hacía algunas décadas por el líder de la asociación masónica “Joven Italia”, Giuseppe Manzini, que pretendía formar una república y por Giusseppe Garibaldi, un mercenario que luchó en África del Norte y en América del Sur.
Desde el poder, Victor Manuel II y el Conde de Cavour, su ministro del Consejo, que impulsó la economía y el ejército, emprendieron la obra de unificación. Cavour se había formado en las ideas liberales en sus viajes por Francia e Inglaterra, y si bien bregaba por la unificación, no aspiraba a constituir una república como Manzini, sino a respetar la monarquía, aunque con poderes limitados por un parlamento. Tanto los estados Pontificios, como los dependientes de Austria, se mostraban reticentes a la unidad, por su espíritu conservador.
A pesar de que durante mucho tiempo Italia debió soportar constantes guerras entre franceses, austríacos, españoles y alemanes, los italianos se sentían culturalmente unidos por un sentimiento nacional que se expresaba en una raza, una legua y una religión común.
En 1859, se inició una guerra contra Austria, que antes ya se había intentado, pero habían sido vencidos por Radetsky. Pero esta vez, contó con gran apoyo popular, y el de Carlos Luis Napoleón Bonaparte de Francia, lo que le posibilitó a Cavour, luego de varias batallas, entre las cuales se destacaron Magenta y Solferino, incorporar, por el acuerdo de Villafranca, ratificado por el Tratado de Zurich, en 1859, varios estados del centro y Lombardía. Saboya y Niza, fueron anexadas a Francia. Austria conservó Véneto.
También resultó exitosa la campaña hacia el Reino de las Dos Sicilias, encabezada por Garibaldi, aprovechando la rebelión desatada en Sicilia, derrocando al rey Borbón, Francisco I. Luego anexó Nápoles y Palermo. Después tomó rumbo a Roma, pero Napoleón III, se había comprometido en defender al Papado y Cavour le impidió la toma de la ciudad, capital de los estados pontificios.
En 1861, se produjo la unificación, siendo proclamado Víctor Manuel II como rey de Italia.
Venecia se incorporó en 1866, cuando Austria fue derrotada por Prusia.
En 1870, Roma fue anexada, perdiéndola el Papado, cuando Napoleón III fue vencido por los prusianos, y se convirtió en la capital de Italia.
El Papa Pío IX, se recluyó en el Vaticano, y así lo hicieron sus sucesores. Recién el 11 de febrero de 1929, se firmó el Tratado de Letrán, negociado por el Cardenal Gasparri, siendo el Papa, Pío XI, por el cual se creó la Ciudad del Vaticano, bajo la autoridad del Papa.