El Humanismo
El humanismo significó una revolución ideológica, así como el descubrimiento de América, y la dimensión real del planeta, constituyeron un profundo cambio geográfico. Ambos hechos fueron simultáneos, y no por casualidad.
Para la conquista de nuevas tierras fueron necesarios los descubrimientos, que pudieron lograrse por el avance científico, que a su vez fueron consecuencia del nuevo modo de pensar del hombre moderno, que dejó de lado el oscurantismo, característico del medioevo.
Atraídos por el pensamiento de los antiguos griegos y romanos, los humanistas, enrolados en distintos ámbitos de la cultura (artistas, filósofos, filólogos e incluso eclesiásticos) colocaron al hombre en el centro de sus preocupaciones (antropocentrismo) desplazando a Dios de ese lugar (teocentrismo) sin ser ateos.
El origen del movimiento humanista puede situarse en Italia, donde surgieron centros para el estudio del griego, latín, hebreo y la lectura de las obras clásicas, en las ricas ciudades del norte: Florencia, Venecia, Milán y Génova, donde se manifestaba el poder económico de la burguesía, dueños de esta corriente ideológica. Pronto la influencia humanista alcanzó a Alemania, España, Inglaterra y los Países Bajos. Fueron destacados representantes de este pensamiento: el inglés Tomás Moro, el italiano Giordano Bruno, Erasmo de Rotterdam, Nicolás de Cusa, Lorenzo de Médicis, y los españoles Luis Vives y Elio Antonio de Nebrija, entre otros. Leonardo Da Vinci fue el modelo del sabio humanista, abarcando los distintos campos del saber.
Contribuyó a este proceso el avance de los turcos otomanos que pusieron fin al Imperio Romano de Oriente, con la caída de Constantinopla, en el año 1453. Por esta circunstancia muchos pensadores griegos se trasladaron a Italia, entre ellos, el Cardenal Juan Bessarión que aportó más de seiscientos manuscritos de autores clásicos, que trajo consigo. Hasta ese momento los textos de la antigüedad habían sido difíciles de conseguir. La creación de la imprenta contribuyó a difundir estas ideas.
El modelo humanista era el enciclopedista, el hombre deseaba descubrirlo todo mediante el uso de su razón. Se profundizó la investigación sobre el cuerpo humano, la física, la química, la astronomía y la navegación.
El geocentrismo, que fue indiscutido en la Edad Media, fue rebatido por Nicolás Copérnico, que afirmó que la Tierra giraba alrededor del Sol (heliocentrismo). Johannes Kepler, astrónomo y filósofo alemán, complementó esta investigación descubriendo el movimiento elíptico de los astros.
Aparecía ahora la vida con un sentido optimista, que no sólo esperaba la muerte para lograr la salvación del alma. La riqueza dejó de ser mal vista, y la fama comenzó a importar como modo de trascender a su propia generación. Dios resurgió como un padre bondadoso, que hizo al hombre a su imagen y semejanza, y le otorgó una vida en la que el gozo estaba permitido. En la Edad Media, el cuerpo sólo sirvió para albergar al alma, en la modernidad el cuerpo tuvo un valor en sí, y se advirtió como positivo, su cuidado, y la búsqueda del placer en la vida terrenal.
El pasado en la Edad Media no era cuestionado, y la producción historiográfica estaba monopolizada por la iglesia. Con el humanismo surgió el pensamiento crítico, los autores dejaron de escribir en latín, y comenzaron a hacerlo en lenguas europeas, con lo que la gente en general, pudo tener acceso a los libros, que fueron traducidos a múltiples idiomas.
La manifestación artística del humanismo fue el Renacimiento, y la filosófica, el iluminismo.
El humanismo influyó en el seno mismo de la iglesia cristiana, que fue cuestionada por Martín Lutero, siendo el origen de la división entre católicos y protestantes.
En el siglo XVII, los sectores privilegiados de la sociedad comprendieron que sus posiciones peligraban con esta nueva concepción del mundo y se aferraron a los valores de la tradición medieval, cristiana y feudal. Ya era tarde, el iluminismo había sembrado el camino hacia la Revolución Francesa.