El Fascismo
A pesar de que Italia había resultado victoriosa tras la Primera Guerra Mundial, ya que había participado entre las filas aliadas, las consecuencias del conflicto bélico le fueron negativas.
Con manifestaciones violentas, surgió en 1919, un movimiento, llamado Fasci di Combattimento (grupos de combate), liderado por Benito Mussolini o el “Duce”, que había originalmente pertenecido al Partido Socialista italiano, de donde fue expulsado en 1915.
El partido fascista, como fue conocido, abreviando su nombre, era en realidad un “antipartido”, formado por escaso número de miembros, que fue aumentando junto con el descontento popular, originado en el detrimento de la clase media, que vio en este movimiento un medio de defensa, ya que el proletariado se había organizado en sindicatos, logrando algunos reconocimientos, luchando a través de huelgas o tomas de fábricas, identificados con el Partido Comunista, a quienes el fascismo se oponía enérgicamente.
El término latino fascis, designaba en la antigua Roma, un haz de varas con un hacha en el centro, simbolizando la fuerza de la unidad y el poder de los lictores (oficiales públicos con funciones de policía). De allí se derivó la palabra italiana fascio, que originó el término fascismo.
Luego de conseguir algunos diputados para integrar el Parlamento en 1921, los fascistas se movilizaron en 1922, luego de reprimir una huelga general socialista en el mes de julio, restableciendo el orden, hacia la capital italiana, en la llamada “Marcha sobre Roma”, que concentró a gran cantidad de adeptos.
El rey, Víctor Manuel III, sorprendido y presionado por esta manifestación popular, nombró a Mussolini, Primer Ministro, y le encomendó estructurar un nuevo gobierno, que transformó el estado liberal en un estado fascista. Los derechos humanos se transformaron en una utopía, al suprimirse la libertad de expresión, ya sea ante la prensa o a través de partidos, que quedaron reducidos al partido único, fascista.
Entre 1922 y 1925, se reemplazó el Parlamento por un órgano consultivo y totalmente subordinado al ejecutivo, llamado Gran Consejo Fascista. Los opositores al régimen fueron cruelmente perseguidos, muertos o deportados.
El fascismo aspiraba a armonizar las relaciones entre patrones y obreros, eliminando la lucha de clases, formando corporaciones, integradas por patrones y obreros, por rama de actividad. Se oponían por lo tanto, y consideraron sus más grandes enemigos, al socialismo y al comunismo que apoyaban a la clase obrera, la que debía ser dueña de los medios de producción.
Los principios básicos del fascismo se sientan en el beneficio de la existencia de clases sociales desiguales, donde los mejores tienen el derecho de gobernar, como minoría selecta, en un estado fuerte y omnipotente, controlador de toda la vida de la comunidad, cuyos miembros asumen una posición de renunciamiento en pos de los valores espirituales, aceptando como supremos, los de la patria, el orden y el respeto a las jerarquías.
Basado en el filósofo Hegel, Mussolini proclamó: “Todo en el Estado, nada fuera del Estado, ni contra el Estado”.
Utilizó para sostener su doctrina las leyes de la naturaleza, donde se da el predominio del más fuerte sobre los débiles, no sólo a nivel interno, sino también internacional, preconizando la superioridad de ciertos estados sobre otros.
Mussolini intentaba otorgar a Italia el prestigio que había logrado durante el Imperio Romano, para lo cual organizó una política expansionista anexando en 1935 a Abisinia, país de África Oriental, a pesar de la condena de la Sociedad de las Naciones, organismo creado después de la Primera Guerra Mundial, pero que no contaba con la fuerza suficiente para asegurar la paz. En el orden interno, realizó muchas obras públicas, convirtiendo a sus carreteras en las mejores de Europa.
En el régimen fascista, los niños eran inculcados, desde la más tierna infancia, para ser miembros útiles y leales al sistema, y luego de entre ellos, se seleccionaba a quienes ocuparían los cargos, o sea, a los miembros de la elite dirigente.
Bajo la influencia de la Alemania nazi, comenzó la discriminación hacia los judíos, a partir de 1938, expulsándose a muchos de Italia o negándoles el ejercicio de ciertas actividades.
Con respecto a su relación con la iglesia católica, el estado fascista había suscripto en 1929 el Concordato de Letrán, por el cual la iglesia se circunscribía a participar sólo en asuntos religiosos, permitiéndose la enseñanza católica en las escuelas públicas.
Con gran apoyo en los valores nacionales, a los que quedaba subordinado el individuo, se gestó un espíritu patriótico, capaz de convertir a cada hombre en un soldado, que diera su vida por la causa nacional, lo que les llevó a intervenir, junto a Alemania, y más tarde Japón (1941) y los países de Europa Oriental, formando los países del Eje, enfrentándose a los aliados en la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, el poder del «Duce» era efímero. Antes de concluir la Segunda Guerra Mundial, el pueblo italiano se levantó contra él y terminó con su vida, cerca de Milán, el 28 de abril de 1945.