El interés británico por América y las primeras colonizaciones
El interés británico por las tierras del Nuevo Mundo se remonta al año 1497, cuando Juan Jacobo recibió el encargo, hecho por el rey Enrique VII, de buscar un paso hacia el Oriente por la ruta del Oeste. Es decir, en resumidas cuentas, el objetivo era el mismo que había perseguido Cristóbal Colón, aunque ahora ya se sabía que entre las Europa y las Indias, estaba América.
Durante la mayor parte del siglo XVI la posición inglesa había sido no desafiar el dominio español en América. Sin embargo, a mediados de siglo la situación iba cambiando, y ya la monarquía Tudor, tras haberse consolidado y sin nadie que cuestionara su autoridad, se mostró más dispuesta a emprender nuevas aventuras en tierras americanas. A la vez que crecía la fuerza de la Corona, lo hacían también numerosas sociedades anónimas mercantiles, como la Compañía Moscovita, la Compañía de Levante, o la Compañía de Berbería. El interés comercial de estas sociedades pasaba por establecer nuevas y mejores rutas hacia Oriente.
Además, Inglaterra sufría en esta época un aumento pronunciado de su población que generó problemas graves de empleo en el campo y advertía sobre eventuales hambrunas. En 1854, el prestigioso geógrafo Richard Hakluyt, publicaba en Oxford un folleto publicitario titulado A Particular Discourse Concerning Western Discoveries (Un discurso particular acerca de los descubrimientos occidentales), en el que defendía la necesidad de que Inglaterra se lanzara a la conquista de sus propias colonias. Según él, estas colonias comprarían manufacturas inglesas, la harían autosuficiente en productos ultramarinos, darían un destino al excedente de población y sentarían las bases para competir con el Imperio Español en América.
Este tipo de argumentos fueron muy bien recibidos, y otros científicos y consejeros les dieron continuidad en los años siguientes. Desde esa fecha y hasta finales del siglo XVI se sucedieron los permisos reales a particulares que trataron de emprender conquistas, financiadas casi siempre con su fortuna personal, y gestionadas de forma individual. La experiencia de estas empresas, que resultaron casi siempre en estrepitosos fracasos, enseñó a Inglaterra unas valiosa lecciones: para dominar la escena colonial no bastaban los impulsos solitarios de hombres emprendedores, y los colonos establecidos debían ser abastecidos desde Inglaterra.
De no haber sido por fracasos coloniales como los de sir Humphrey Gilbert (a quien vemos en la imagen), sir Walter Rate -que fundó una colonia en lo que más adelante sería Carolina del Norte que, en 1591, había desaparecido-, Inglaterra jamás habría conseguido dominar la escena colonial en el siglo siguiente. Fueron los errores cometidos –pero asimilados- en el XVI los que harían triunfar las empresas coloniales del XVII.