Revolución francesa
Aunque pueden considerarse causas económicas y sociales, que contribuyeron a su desencadenamiento, el cambio que generó fue de tipo político, ya que significó la lucha contra el absolutismo monárquico, sistema político que unificaba todo el poder del estado en la figura del soberano, que justificaba este poder despótico, como proveniente de Dios.
En el marco de una sociedad jerarquizada, compuesta por tres estados, el primero: el clero (miembros de la iglesia), el segundo: la nobleza, y el tercero: el estado llano o tercer estado, compuesto por la mayoría de la población que no integraba los dos primeros (burgueses, profesionales, empleados, mendigos, etc.), significó el despertar de una clase marginada políticamente, pero que había cobrado notoriedad gracias a la acumulación de ganancias, producto de las fábricas que habían surgido con la Revolución Industrial. Este sector era la burguesía, que integraba el último de los estados, pero que se diferenciaba del resto de sus componentes, por su capacidad económica, y por ser los únicos que solventaban los gastos del estado francés, a través del pago de impuestos, del que estaban eximidos los otros dos estados (el clero y la nobleza), que constituían clases privilegiadas.
Las ideas iluministas, desarrolladas en este período por filósofos como Montesquieu, Rousseau o Voltaire, habían sembrado la semilla de la rebeldía contra el poder dictatorial del rey. A partir de considerar a la razón y no a la fe, como fuente de conocimiento, poniendo luz al oscurantismo propio de la Edad Media, donde la gente sólo podía pensar de acuerdo a las creencias bíblicas, aparecieron ideas como las de poder del pueblo, contrato social entre el pueblo y sus dirigentes, igualdad y división de los poderes del estado.
Estas ideas iluministas, hicieron sentir su influencia sobre los burgueses, llamados así porque vivían en los burgos o ciudades, que habían alcanzado poder económico y por lo tanto, querían adquirir también participación política.
Estando Francia ante una crisis económica, el rey decidió imponer nuevos impuestos. Conocedor de la situación de agitación existente entre la burguesía, no quiso poner en riesgo su poder, y decidió esta vez, que fueran los nobles los que abonaran la nueva carga forzosa. Estos, acostumbrados a la situación privilegiada, que habían mantenido hasta entonces, exigieron al rey la convocatoria a los estados generales, reunión de los tres estados, para resolver asuntos de importancia, con la convicción de que puesta a votación la implementación de estos impuestos, serían desechados. Su certeza se basaba en que en los estados generales, se votaba por estado y no por cabeza o por persona, de este modo, tanto la nobleza como el clero se opondrían, ya que no querían renunciar a sus privilegios y sólo el tercer estado los aprobaría, ya que por fin, no les correspondería a ellos soportar el gravamen. Por lo tanto los votos serían dos contra uno, a favor de la no imposición de impuestos a la nobleza.
Sin embargo, la burguesía, conocedora de esta situación, exigió que se votara por cabeza y no por estado, ya que de ese modo, al ser muchos más los integrantes del tercer estado, obtendrían la victoria.
Al no lograr que hicieran lugar a su pedido, los burgueses se separaron de la reunión de estados generales, para formar su propia reunión, a la que denominaron Asamblea Nacional.
El 20 de junio de 1789, los representantes del tercer estado juraron mantenerse unidos hasta lograr el establecimiento de una constitución.
El 14 de julio de 1789, el pueblo de París, realizó la toma de la Bastilla, una vieja fortaleza donde se encarcelaba a los opositores del rey, y se apropió de la harina que allí se almacenaba. No fue un gran logro, ya que allí sólo había en ese momento siete prisioneros, pero se convirtió en un símbolo de la lucha contra el poder real.
El 4 de agosto de 1789, los diputados reunidos en la Asamblea Nacional abolieron legalmente el orden feudal, los privilegios de la nobleza y del clero y los tributos personales que los siervos debían entregarles. A partir de este momento, los nobles deberían pagar impuestos.
Entre el 20 y el 26 de agosto de 1789, se proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, por parte de la Asamblea Constituyente francesa, aceptada por el Rey de Francia el 5 de octubre de 1789. En ella, se establecía la igualdad de los ciudadanos ante la ley y aseguraba la libertad de comercio y la propiedad privada. Estas ideas concretaban los ideales revolucionarios que eran los de libertad, igualdad y fraternidad.
Dentro de la Asamblea se distinguían dos grupos: el de la burguesía más adinerada, llamados girondinos, que tenían ideas moderadas, o sea, los cambios que proponían eran limitar el poder real, sin quitarle totalmente el mando y que el derecho a voto no alcanzara a los ciudadanos más pobres; y el de los jacobinos, burgueses profesionales o pequeños comerciantes, que querían eliminar la monarquía y establecer una república democrática con voto igualitario y para todas las clases sociales.
La Constitución dictada el 3 de septiembre de 1791, consagró el triunfo de los girondinos, pues estableció un gobierno monárquico parlamentario y consagró el derecho a voto sólo a aquellos ciudadanos que pagaran impuestos.
En 1792, Francia debió enfrentar conflictos bélicos con Austria y Prusia, que sentían sus monarquías amenazadas, por las nuevas ideas democráticas que habían surgido con la revolución.
Entre 1792 y 1794, los jacobinos llegaron al poder, y para establecer sus ideas, impusieron un gobierno de terror que comenzó con la decapitación del rey y su familia y continuó con la de todos los opositores a la revolución.
En 1794, los jacobinos fueron desplazados del gobierno, y éste fue asumido por un Directorio, que sólo admitió el derecho a voto a las clases adineradas.
En 1799, el poder fue asumido por Napoleón, quien se coronó emperador en 1804. Dictó el Código Civil, con principios liberales y desarrolló el capitalismo.
La derrota de Napoleón en 1815, por parte de Rusia, Austria y Prusia, que habían conformado la Santa Alianza, motivó que la monarquía recobrara el poder perdido en el estado francés.