Ludovico Pío
Luis I el Piadoso, o Ludovico Pío (778-840 d. C.), fue el único hijo que sobrevivió a Carlomagno, y por tanto exclusivo heredero de su vasto imperio. Carlomagno, que desde la Navidad del año 800 era, además de Rey de los francos, Emperador de los Romanos, legaba a su muerte ambas dignidades a Luis, convirtiéndolo en el soberano más poderoso de Occidente, como en el pasado lo había sido su padre.
Conocemos la vida de este Emperador a través principalmente de la Vita Hludowici imperatoris, una biografía escrita por un cronista conocido como el Astrónomo. Luis el Piadoso había nacido de la unión de Carlomagno con Hildegarda de Suabia en el año 778, y siendo aún niño el Papa lo había confirmado como futuro rey de Aquitania (781 d. C.), aunque no fue hasta el año 798 que empezó a regir sobre la frontera sur del imperio franco, donde se mantenía una guerra frecuente con los musulmanes hispanos. Al sur del Pirineo, a pesar de los esfuerzos por parte de Carlos de crear un cinturón de seguridad (derrota de Roncesvalles, 778), la situación era cuando menos inestable, y las correrías de unos y otros se sucedían, alcanzando incluso la Galia (campañas musulmanas del año 793, que saquean Narbona).
Siendo joven, Luis deberá hacerse cargo de esa complicada situación en la frontera meridional mientras su padre pacificaba la Germania. Sus esfuerzos en esta etapa como rey de Aquitania se encaminarán a asentar el dominio carolingio al otro lado de las montañas, lo que en parte consigue: en el 801, después de un año de asedio, Barcelona, en poder de los musulmanes, se rinde ante el conde visigodo Bera, y se constituye como un condado carolingio. Por esas mismas fechas, Luis recibe en Tolosa legaciones del rey astur Alfonso II, acosado por los ejércitos musulmanes, con el que acaso acordó algún tipo de acuerdo militar. No es improbable que los sucesivos ataques contra plazas catalano-aragonesas en poder de los musulmanes que el propio príncipe dirige en los años siguientes, formasen parte de una estrategia de diversión de la fuerzas islámicas, llevada a cabo en coalición entre francos y astures. La más destacable de aquéllas campañas fue la de Tortosa (808 d. C.), en la que Luis se enfrentó al futuro emir andalusí, Abd al Rahman, al parecer con poco éxito.
A la muerte de Carlomagno en 814, Luis tuvo que tomar las riendas de un inmenso imperio, extremadamente complejo de gobernar. Fue llamado el Piadoso por su especial preocupación en los asuntos religiosos y la reforma del clero. Además, se rodeó de hombres de iglesia como consejeros y tomó medidas contra el libertinaje y los excesos en la Corte. Casado con Ermengarda de Hesbay, tuvo tres hijos: Lotario (el mayor), Luis y Pipino. Muerta su esposa en 818, volvió a casar con Judith de Baviera, con la que tuvo a Carlos el Calvo en 823.
Durante esta segunda etapa de su vida, Luis se vería acosado por las desavenencias con sus hijos. Se acordó un reparto del Imperio cuando el rey muriese, por el cual Luis, que recibiría la Germania, y Pipino, que sería dotado con Aquitania, debían rendir vasallaje a su hermano mayor Lotario, dueño de Italia desde el año 820, y futuro emperador. El arreglo para mantener unido el imperio se rompió con la inclusión, en el 829, de Carlos en el reparto, que había nacido del segundo matrimonio de Luis el Piadoso. En adelante, las guerras civiles ocuparían la vida de las altas esferas políticas carolingias.
El emperador se vio obligado a enfrentarse por las armas a sus hijos, que pretendían destronarle para impedir que entregase parte de la Germania a Carlos el Calvo. Lotario y sus hermanos Luis y Pipino lograron, respaldados por el Papa Gregorio IV, la deserción del ejército del emperador y su captura en 833, con el siguiente encierro en un monasterio. Pero los conflictos que siguieron inmediatamente a la prisión de Luis el Piadoso entre sus hijos, que no llegaban a ponerse de acuerdo en las áreas que a cada uno debían tocar, favorecieron que en 834 su padre lograra de nuevo hacerse reconocer emperador, provocando la huida de Lotario a Italia.
Cuando Pipino, hijo de Luis el Piadoso, muera en 838, se acordará un nuevo reparto durante la asamblea de Worms, el tratado de Verdún, por el cual se entrega la mitad occidental del imperio a Carlos, la mitad oriental a Lotario y Baviera a Luis el Germánico. Esto provocará una nueva revuelta de Luis el Germánico, descontento con su parte.
El emperador, después de haber armado un ejército para marchar contra su hijo, morirá a la altura del río Rhin, en el año 840. La situación en la que queda el imperio es de total anarquía, promovida por las querellas entre los hijos de Luis el Piadoso y las tendencias descentralizadoras de las aristocracias francas.
A pesar de las dificultades políticas y familiares, el legado de Luis el Piadoso no se limita solo a los conflictos internos. Durante su reinado, promovió reformas administrativas que buscaban fortalecer la cohesión del imperio. Implementó el sistema de missi dominici, enviados del rey que supervisaban la administración local y aseguraban la lealtad de los condes y duques al emperador. Este sistema buscaba centralizar el poder y reducir la corrupción, aunque su efectividad fue limitada debido a las constantes disputas internas.
Luis también se preocupó por la educación y la cultura, continuando el renacimiento carolingio iniciado por su padre. Fomentó la creación de escuelas monásticas y catedralicias, promoviendo la alfabetización y el estudio de las artes liberales. Bajo su patrocinio, la producción de manuscritos floreció, preservando así una gran cantidad de obras clásicas y religiosas.
En el ámbito religioso, Luis el Piadoso fue un ferviente defensor de la ortodoxia cristiana. Convocó varios concilios para abordar cuestiones doctrinales y disciplinarias, buscando una mayor uniformidad en la práctica religiosa en todo el imperio. Su interés por la reforma eclesiástica también se reflejó en su apoyo a la vida monástica y en la promoción de figuras religiosas influyentes como Benito de Aniane, quien jugó un papel crucial en la reforma monástica de la época.
A pesar de sus esfuerzos por mantener la unidad del imperio, las tensiones entre sus hijos y las presiones externas, como las invasiones vikingas, debilitaron su autoridad. La fragmentación del imperio tras su muerte marcó el inicio de un periodo de descentralización que afectaría profundamente la historia de Europa Occidental en los siglos siguientes.