La historiografía de la Revolución Francesa
Las interpretaciones que se han dado acerca de las causas de la Revolución Francesa no han sido pocas, desde que la historiografía profesional se viene ocupando de dar cuenta de tan importante proceso.
La primera línea historiográfica explicativa surgió desde la propia época revolucionaria, de la mano de autores como Antoine Barnave, y tomó fuerza a través de historiadores liberales, como François Guizot y, más adelante, de los textos de Friedrich Engels y Karl Marx. Para estos estudiosos, como decíamos, la revolución habría supuesto la culminación del ascenso social y económico de una nueva clase social, la burguesía, hasta dominar los resortes del poder, pues esta clase –siempre según esta interpretación- ya no podía continuar confinada dentro de los límites que le imponía el Antiguo Régimen. La revolución sería el fruto de la prosperidad de esta burguesía, ya que, según expresó el propio Barnave, “una nueva distribución de la riqueza exige una nueva distribución del poder”.
En la historiografía romántica se forjó una nueva corriente interpretativa que iba a revisar desde sus cimientos el fenómeno revolucionario. Uno de sus primeros exponentes fue Jules Michelet, aunque luego otros siguieron utilizando la misma línea de pensamiento, entre ellos algunos historiadores de orientación socialista, como Albert Mathiez y Georges Lefèbvre. Pues bien, según esta corriente interpretativa, el estallido revolucionario habría sido provocado por el incesante empobrecimiento de las clases populares (campesinos, artesanos…) y por las continuas crisis de subsistencia que se suceden en las décadas anteriores a 1789.
Si bien, para la primera interpretación, el protagonismo revolucionario recaía en la pujante burguesía, lo que permitía catalogar el hecho como una más –o la más importante- de las revoluciones burguesas de finales del XVIII y principios del XIX; para la segunda corriente el protagonista era el pueblo, el tercer estado, lo que nos llevaría a calificar la revolución como un ejemplo de insurrección social y popular, hecha desde abajo.
En realidad, la historiografía actual se decanta por una visión sincrética. El primer intento de síntesis surgió del historiador Ernest Labrousse, quien demostró con sus estudios sobre la economía francesa del XVIII, que ambas tendencias eran perfectamente conciliables: el estallido revolucionario se explica tanto por el enriquecimiento de la burguesía como por el empobrecimiento de las clases populares. Esta visión es la que, desde después de la Segunda Guerra Mundial, se ha convertido en la más comúnmente aceptada entre los historiadores.
Aunque lo anterior no significa que haya sido la única. De hecho, en los últimos cincuenta años han surgido algunas interpretaciones más, como las de Palmer y Gobechot, que hablan de una “revolución atlántica” para unir la Revolución Francesa con la ameriana, o los que niegan su relevancia histórica, como Alfred Cobban o François Furet, quien afirma que la revolución fue un hecho cerrado y concreto que para nada tuvo la repercusión histórica que se le ha dado tradicionalmente. Estas nuevas tesis, aunque son tenidas en cuenta, no han tenido tanto éxito como el sincretismo de Labrousse.