Las revoluciones de 1848
Las monarquías absolutas habían vuelto a resurgir a partir de 1815, cuando el Congreso de Viena, trató de desterrar los regímenes políticos liberales inspirados en la Revolución Francesa.
El año 1847, no fue próspero para los franceses, gobernados por el monarca constitucional Luis Felipe de Orleáns. Las cosechas fracasaron, sobre todo la de papas, que fue afectada por una plaga, repercutiendo en el sector industrial y financiero. Los grandes comerciantes que no podían exportar sus productos, se volcaron a satisfacer la demanda interna, arruinando a los pequeños comerciantes.
Los obreros, víctimas del hambre iniciaron huelgas contra un sistema que significaba para ellos ser dejados de lado, y soportar la carga más pesada de la sociedad, mientras los ricos burgueses, a quienes habían servido como fuerza de choque en la revolución de 1789, ganaban mucho dinero a su costa. En esa oportunidad, habían kuchado juntos, contra la nobleza privilegiada, para ser ahora hostigados por aquellos que predicaban la igualdad. Así los obreros comenzaron a tomar conciencia de clase, que sería la clave para los movimientos obreros en busca de reivindicaciones sociales, que caracterizó al resto del siglo.
En el mes de febrero, Gizot, presidente del Consejo de Ministros, debió renunciar ante la reacción popular, que enfureció a un pueblo que había construido barricadas para luchar contra la opresión gubernamental. La hostilidad se originó por su negativa a las peticiones de sufragio universal. Poco después, se logró la renuncia del monarca y comenzó su vigencia una nueva forma de gobierno, la Segunda República, que reivindicó el reconocimiento de derechos y libertades, como la de prensa, de asociación y trabajo, reconociéndose la jornada legal de 10 horas, estableciendo el derecho de voto para todos los hombres mayores de edad, sin discriminación alguna, aboliéndose la prisión por deudas y la pena de muerte por razones de orden político.
Los republicanos moderados se impusieron en los comicios, por sobre los radicales y socialistas, y esto provocó la reacción de los sectores populares.
En mayo, el día 15, los manifestantes de izquierda fueron reprimidos por la Guardia Nacional, suprimiéndose reivindicaciones logradas por los trabajadores, como los talleres nacionales y la comisión nacional del trabajo. La revolución en el mes de junio, dividió aún más los sectores en pugna, ya que los pequeños burgueses que estaban de parte de los asalariados se apartaron de ellos para unirse a los burgueses más poderosos. Los más pobres y oprimidos de la sociedad parisina le hicieron frente a la Guardia Nacional, dotada de armas poderosos y cañones. La crisis interna y la violencia hicieron insostenible la situación, y la Segunda República dejó paso a un nuevo poder total, en 1852, cuando luego de asumir Carlos Luis Napoleón Bonaparte como presidente, se convirtió en el mandatario del Segundo Imperio Francés, como Napoleón III, siguiendo el modelo de su tío, Napoleón Bonaparte.
Toda Europa recibió la influencia de la revolución estallada en París, que se extendió por gran parte de Italia, Suiza, el imperio austrohúngaro y los estados alemanes. Otros países como España, Inglaterra, Rumania, Dinamarca, Grecia e Irlanda sintieron su impacto, aunque en menos grado.
En el imperio austrohúngaro, el absolutista Metternich debió renunciar por un levantamiento acaecido en Viena, en el mes de marzo de 1848, y los poderes del emperador Fernando I, se vieron restringidos ante la formación de una Asamblea de tipo constituyente. La autonomía cultural estuvo muy presente en esta revolución donde las naciones exigieron autonomía, como fue el caso de Hungría, donde se levantaron liderados por Kossuth, pero en 1849 fueron sometidos, por fuerzas conjuntas de Austria, Croacia y Rusia. Otro tanto sucedió en Checoslovaquia. Las servidumbres feudales, que aún existían fueron suprimidas por una Asamblea Constituyente reunida en Viena. Sin embargo el poder de los Habsburgo fue restaurado por Schwarzenberg.
En Prusia, se logró que Federico Guillermo IV soberano de Prusia, realizara varias concesiones, accediendo a la unión entre Prusia y Alemania. Se destacó la creación del parlamento de Francfort, una Asamblea Nacional creada con el objetivo de lograr democráticamente la unión alemana, y se permitió el dictado de una constitución, por lo que se convirtió en un monarca constitucional.
En Nápoles, el absolutismo cedió paso a una monarquía de base constitucional, igual que en Piamonte, y en los estados pontificios se estableció un gobierno republicano.
Salvo la de Austria, las demás revoluciones, conocidas también como «Primavera de los pueblos» solo fueron un intento, ya que culminaron en represión y fracaso, aunque continuaron trazando un camino hacia el liberalismo, y de lucha protagonizado por los sectores más desfavorecidos.