La crisis del siglo XVII
Europa había sufrido en el siglo XIV una enorme crisis demográfica y socioeconómica. El siglo XVI, especialmente después la llegada de los europeos al Nuevo Mundo, territorio que estimuló la búsqueda de ganancias y el comercio, había sido extremadamente próspero, pero este flujo de riquezas, especialmente de metales preciosos de América hacia Europa, menguó en el siglo posterior, y muchas de estas riquezas se confiscaban para invertirse en armamentos.
Sumado a esto se sucedieron las malas cosechas y se redujeron las áreas cultivables, lo que no alcanzaba para abastecer a una población que había crecido en su número. El comercio tanto interno como externo sufrió una retracción y también decayó la producción de manufacturas, por la poca inversión industrial (salvo en países como Inglaterra, lo que posibilitaría su despegue en el siglo XVIII con la revolución Industrial).
La gente comenzó a sufrir las consecuencias de la falta de recursos, ya que el Estado para aliviar sus arcas, aumentó la presión tributaria, los campesinos pequeños quedaron en la ruina y las tierras se concentraron en pocas manos.
Crecieron el hambre y las pestes, y drásticamente la población sufrió un colapso demográfico. El tifus y el cólera se cobraron numerosísimas víctimas. Los gremios de artesanos vieron burladas sus políticas proteccionistas hacia sus miembros.
Hubo países europeos menos afectados `por la crisis, como Inglaterra, Holanda y Suecia, y otros fueron afectados en extremo, como ocurrió en España (especialmente en castiulla) Italia, o en Alemania donde a la crisis general, se le sumó la guerra con Suecia. Francia sufrió una crisis moderada. Las Monarquías, como corolario de esta crisis resultaron debilitadas.