El Romanticismo
Luego de la Revolución francesa, se consolidó el liberalismo, opuesto al absolutismo monárquico, que proclamaba los derechos naturales e inalienables del hombre, viviendo en un estado con poderes limitados, cuya función sería reconocer y proteger esos derechos.
En lo económico, siguiendo a Adam Smith, los liberales proponían la no intervención del estado en la economía, que se regirían por las leyes de la oferta y la demanda.
Las nuevas ideas abarcaron todos los campos culturales, pero la ilustración, forjadora del liberalismo, se basaba en la preeminencia de la razón sobre la fe, contrariamente a lo que mantenía en vigencia el antiguo régimen.
Algunos pensadores iluministas sirvieron con sus ideas al romanticismo, por ejemplo, Rousseau que mostraba los efectos negativos del progreso.
El Romanticismo se emparentó con este movimiento pero con matices diferentes, combinando el individualismo con el respeto y el apego a las tradiciones. Nació en Europa a fines del siglo XIX, particularmente en Alemania, y colocaba por encima de la razón, a los sentimientos y a las pasiones, destacando la sensibilidad y la imaginación. Fue un movimiento fundamentalmente artístico, pero que traspasó las fronteras de lo estético para inmiscuirse en la vida política de los pueblos y generar movimientos revolucionarios.
El Romanticismo también se caracterizó por su rechazo a la industrialización y a la urbanización, que consideraban deshumanizantes y destructivas para el espíritu humano. En lugar de la ciudad, los románticos valoraban la naturaleza y el mundo rural, que veían como más auténticos y enriquecedores. Este amor por la naturaleza se reflejó en la literatura y el arte románticos, con paisajes idílicos y escenas rurales que contrastaban con la realidad de la vida urbana industrial.
Reivindicaron la etapa medieval, como heroica, considerada como oscura por los iluministas, ya que estuvo regida por la fe y no por la razón.
En las letras se destacaron en Francia, como escritores románticos, Aurora Dupin (1804-1876), conocida bajo el seudónimo de George Sand, que publicó “El molinero de Angibault” (1841) y “Consuelo” (1842); y Víctor Hugo (1802-1885), privilegiando la cuestión social.
Con idéntica tendencia de crítica social, en Inglaterra, se destacaron, los poetas W. Wordsworths, S. Coleridge, P. Séller y Lord Byron. En Alemania, los escritores Johann Wolfgang von Goethe y Friedrich Schiller también fueron figuras prominentes del Romanticismo.
En música fueron exponentes de esta tendencia, José Verdi, Ricardo Wagner, Luis Beethoven y Federico Chopin. Estos compositores románticos se alejaron de las formas clásicas y buscaron expresar emociones intensas y personales en su música.
La pintura estuvo representada por Eugenio Delacroix y Francisco Goya, entre otros. La pintura romántica se caracterizó por su énfasis en la emoción, la imaginación y la expresión individual, a menudo con un uso dramático del color y la luz.
Los románticos modificaron la concepción iluminista, cuyos privilegiados eran los ricos intelectuales, para colocar como centro de los valores y con superioridad social a las clases humildes, a los que se consideraba no tan sujetos al raciocinio sino a las pasiones, y para ellos luchó este movimiento, en defensa de sus derechos.
Surgieron dos vertientes: una apegada a las tradiciones, negando las virtudes del progreso, y privilegiando las épocas pasadas, de organización feudal, sin industrias ni explotación de los humildes. La otra, se inclinó hacia el socialismo, dando origen al pensamiento del alemán Carlos Marx, los franceses Saint Simon y Charles Fourier y el británico Robert Owen.
El poder debía estar en manos de los pobres, portadores de la virtud, para quienes se reclamaban derechos políticos, y desde esa posición de poder, lucharían para mejorar su condición, ya que la pobreza si bien ennoblecía el alma humana, era algo malo, que debía erradicarse.
Con el romanticismo, surgió la división entre los conceptos de estado y nación. Para los ilustrados formaban la nación todos los individuos que mediante un “contrato”, habían aceptado racionalmente formar parte de un estado. Para los románticos formaban la nación aquéllas personas que estuvieran unidas por lazos culturales comunes, independientemente de su voluntad expresada en un contrato. Así, residieran en uno u otro lugar, formaban la nación aquellos que compartieran una historia, una lengua, una religión y costumbres comunes. Esto originó movimientos de liberación por parte de aquellos que integraban un estado con el que no se sentían identificados, o sea, que eran parte de ese estado pero no de su nación.
Así surgieron deseos de independencia, como sucedió con Bélgica, con respecto a Holanda o los frustrados intentos de Polonia de separarse de Rusia, o de Hungría de Austria. Otros estados tendieron a unificarse al poseer un pasado y tradiciones comunes, o sea considerarse integrantes de una misma nación, como Alemania e Italia.