El Congreso de Viena
Luego de la derrota de Napoleón, los absolutistas vieron la oportunidad de retomar el poder que habían perdido durante el auge de las ideas liberales impuestas por la Revolución Francesa, e implantar la Restauración, o sea, volver todo al estado anterior al accionar revolucionario. Erradicar los principios liberales, el retorno a las fronteras anteriores, y a los valores tradicionales de orden y autoridad, por encima de los derechos individuales.
El 1 de octubre de 1814, con ese fin, se reunió el Congreso de Viena, donde sobresalieron cinco grandes potencias: Austria, bajo el gobierno de Francisco I, contó con la destacada y descollante participación de su representante el príncipe Metternich, Prusia, bajo el mando de Federico Guillermo III, tuvo como delegado a Handenberg, Rusia, cuyo gobierno era desempeñado por el zar Alejandro I, estuvo representada por Noselrode, Francia, bajo la autoridad del restaurado monarca Luis XVIII, fue representada por Talleyrand, y Gran Bretaña, por Castlereagh.
Los ideales de esta Asamblea internacional se basaban, como ya se expresó, en el rechazo a las ideas liberales y nacionalistas, consideradas peligrosas para la estabilidad del estado y en el principio del legitimismo y de la restauración, por el cual las fronteras se volverían, a las existentes en 1792. Por ejemplo, Francia, perdió los territorios adquiridos en ese período, recuperando el imperio austríaco las que había perdido en manos de los franceses. La creación de una alianza ofensiva-defensiva entre los países miembros del Congreso con el fin de impedir cualquier brote revolucionario era otra cuestión prioritaria. El principio de justicia, estaba iluminado por la religión.
Gran Bretaña obtuvo las mayores ventajas. Consiguió el dominio de sitios estratégicos, que le permitieron la explotación de grandes cuencas de carbón, imprescindibles en el despegue de la Revolución Industrial. Logró el predominio sobre el mar Mediterráneo, obteniendo Malta y las Islas Jónicas. El Cabo y Ceilán le aseguraron la ruta a la India.
Austria obtuvo salida al Mediterráneo y le fue concedido el norte de Italia. Por lo tanto Italia quedó dividida, entre Austria, al norte, al sur, el reino de Nápoles, bajo la dinastía borbónica, y en el centro los Estados Pontificios. Además, Austria, pasó a dominar la confederación alemana ahora constituida por 38 estados. Prusia se apoderó de Posen, Dantzig, la Pomerania sueca y otras zonas para intentar frenar el crecimiento de Rusia, que recibió gran parte del Ducado de Varsovia, Finlandia y Besarabia, que pertenecía a Suecia, pero ésta recibió a su vez, Noruega. Bélgica, Holanda y Luxemburgo conformaron un estado-tapón. Todos los repartos se hicieron sin tener en cuenta los sentimientos nacionales de los pueblos que integrarían las nuevas conformaciones territoriales.
El Congreso finalizó sus sesiones el 9 de junio de 1815.
En noviembre de 1815, Gran Bretaña, Austria, Prusia y Rusia constituyeron la Santa Alianza, por iniciativa del zar Alejandro I, donde decidieron reunirse periódicamente para observar el cumplimiento del Tratado de Viena. Gran Bretaña, sin embargo, no estuvo de acuerdo con el principio de intervención, por el cual las potencias se comprometían a brindar su apoyo a los monarcas si sus tronos se hallaran amenazados. Por ejemplo, se opuso a las intervenciones de Francia en España en 1822, a la intervención austríaca en Italia, y a ayudar al repuesto Fernando VII de España a reconquistar las colonias americanas.
En 1830 y 1848, las ideas liberales, que subsistían aunque reprimidas, produjeron las revoluciones de 1830 y de 1848, en Francia. La primera acaecida en un período de profunda crisis económica, en la cual Carlos X, disolvió el Congreso y restringió la libertad de prensa, mientras el pueblo se sumía en la miseria. El periodismo liberal arengó a la población, que se levantó contra el monarca que debió abdicar. La segunda, fue dirigida por los sindicatos obreros, con el fin de lograr la democracia.
Bélgica, logró disolver su unión con Holanda garantizado por el Tratado de Londres en 1839.
Pero no todos fueron éxitos para los liberales. Por ejemplo, los polacos fueron reprimidos por los rusos en su intento independentista.
De todos modos, llegó el año 1848 y estallaron revoluciones en toda Europa. En Sicilia, en Francia (la ya mencionada revolución de 1848), en Prusia, donde el rey Federico Guillermo IV debió aceptar la fusión de Prusia con Alemania y reinar de acuerdo a la constitución, en algunos estados alemanes. En el imperio austríaco se produjo la caída de Metternich a causa de un levantamiento en Viena. Se reiniciaba el camino que habían comenzado a andar los revolucionarios franceses: la democracia comenzaba a renacer.