La economía de las colonias norteamericanas
En general, las sucesivas oleadas de colonos que fueron llegando a las recién creadas colonias descubrieron, para su regocijo, que allí era posible cultivar casi cualquier cosa. Y, generalmente, con el mayor éxito.
En efecto, la tierra del centro de Norteamérica es la mejor del mundo para el cultivo continuado de grano para consumo humano. No mucha proporción de su superficie es arable, pero sin embargo cuenta con la mejor combinación de tierra cultivable, vías de transporte naturales y vetas de minerales explotables. La tierra posibilita una importante variedad de cultivos; no por casualidad estamos ante un área que nunca padeció hambre antes de la llegada de los europeos.
El valle de Connecticut, que los ingleses ocuparon muy temprano, resultó ser la franja de terreno más fértil de Nueva Inglaterra, y se convirtió con el tiempo en una zona prodigiosamente rica no sólo en colonias, sino también en lo que respecta a otras variables del desarrollo social y humano: universidades, casas editoras, periódicos…
Los colonos, además de ganado de todo tipo, llevaron consigo la mayoría de los vegetales más valiosos que solían cultivar. Y, en Nueva Inglaterra, los nuevos pobladores no cometieron el error de los colonos de Jamestown, de querer buscar oro en lugar de cultivar la tierra. Así, descubrieron el maíz o “grano indio”, que fue para ellos como una bendición del cielo. Media hectárea de ese cultivo proporcionaba dos veces más alimento que los tradicionales cereales ingleses. Dependía menos de los cambios estacionales, podía cultivarse con herramientas muy sencillas, y hasta los tallos podían usarse como forraje.
Poco a poco, los colonos descubrieron también que los recursos mineros eran muy abundantes. No es de extrañar, habida cuenta de que, más adelante, Estados Unidos iba a ser el gran productor de petróleo, cobre, plomo, cinc, carbón y hierro, además de maíz y algodón. A esa larga lista habría que añadir algo que encantó a los primeros colonos: la abundancia de buena madera. Se ha dicho que, en sus inicios, Norteamérica fue una civilización basada en la madera, que creció a partir de sus bosques primitivos.
De importancia crucial era también la ganadería. El ganado prosperaba en general, pero sobre todo el porcino. De hecho, una de las primeras exportaciones coloniales fue un cargamento de carne de cerdo, al que más tarde se añadirían las ovejas para configurar lo principal de su cultura ganadera.
En cualquier caso, ninguno de estos productos proporcionó un “boom” económico tan espectacular como lo fue el tabaco para los primeros virginianos. En realidad, es bastante dudoso que la primera colonia inglesa hubiera subsistido, de no ser por su genial descubrimiento. Con la misma cantidad de trabajo que requerían otros cultivos, el tabaco daba el doble de beneficio. A pesar de las reticencias del rey Jacobo I, que trató de prohibir su consumo, el cultivo de tabaco se abrió paso y trajo consigo una gran prosperidad. Cada plantación contaba con un pequeño muelle y una embarcación, con la que se transportaba directamente a un barco transatlántico. No hacían falta ni carreteras, pero sí mano de obra. Mucha mano de obra. El “boom” del tabaco, de hecho, trajo consigo otro “boom” mucho menos admirable: el de la esclavitud, y con ella, el inicio de una división social que no pudo resolverse hasta la fatal Guerra Civil.