La Convención de Seneca Falls
Seneca Falls no pasaría de ser un desconocido lugar de Nueva York, albergue de una pequeña parroquia, de no haber sido porque allí se celebró, en 1848, la reunión que inauguró el movimiento feminista moderno. Fue, en efecto, la primera reunión que de una forma clara y consciente reivindicó los derechos de la mujer en todo el mundo.
La figura que comenzó liderando el movimiento fue la de la Elizabeth Cady Stanton, madre de cuatro hijos, y residente en Nueva York, aunque no fue nada despreciable el impulso recibido por parte de Lucretia Mott, quien había sido la mujer más decididamente abolicionista de todo el país, en los años inmediatamente anteriores a la cita de Seneca Falls.
De hecho, ambas mujeres se habían conocido antes, y precisamente, en la Convención Mundial Contra la Esclavitud celebraba en Londres en 1840. Allí fue donde Mott hizo prender la semilla del activismo en su pupila Stanton, y donde empezó una relación que las uniría más adelante en la reivindicación de sus derechos. Viéndose, ellas mismas, defendiendo el derecho de los esclavos a la libertad, se dieron cuenta más adelante que ellas mismas estaban en una situación de marginalidad. Y, conseguida la abolición, no dudaron en defender la causa del feminismo.
La expresión pública de esta asociación hubo de esperar ocho años debido a las obligaciones domésticas de Cady Stanton, pero ambas mujeres ya tenían claras sus posiciones desde el principio. Al final, el azar quiso que el nacimiento oficial del movimiento feminista coincidiera, en el mismo año, con otros dos hechos que sacudirían la arena política, a la postre, de todo el mundo: la publicación de El Manifiesto Comunista y las revoluciones que aquel año tambalearon los cimientos de Europa.
Más de cien personas, dos tercios de ellas mujeres, acudieron a la que se llamó Convención de Seneca Falls o Declaración de sentimientos. Todo el esfuerzo que allí se puso fue en una dirección, elaborar un manifiesto, una declaración que explicara al mundo su descontento, y las razones del mismo. El preámbulo del mismo tomó como modelo el comienzo de la Declaración de Independencia, y declaraba lo siguiente:
Nosotras mantenemos que estas verdades han de ser evidentes: que todos los hombres y mujeres son creados iguales
La declaración quiso acusar lo que, según sus firmantes, era la larga historia de repetidos daños y usurpaciones hechas por los hombres a las mujeres. Razonaban sus puntos de vista sirviéndose de la constitución y de la tradición liberal anglosajona; hablaban de libertad y de propiedad de la misma manera en la que lo hacían sus compañeros varones; más trataban de vindicar para sí los mismos derechos que ellos.
Según las declarantes, las quejas comenzaron por el rechazo a las mujeres del derecho inalienable a elegir y ser elegidas, es decir, por el veto a sus derechos políticos. Se sentían deshabilitadas como personas, al haber sido dadas a los hombres como una propiedad más. La educación, mantenían, era la base de todo el problema, y el modo de vida reservado a las mujeres jamás permitía una mínima emancipación, pues pasaba de ser propiedad del padre a serlo del marido.
El principal escollo que hubieron de evitar no tuvo que ver con el derecho, ni se lo encontraron en el plano de la discusión liberal. Fue el rechazo social a que las mujeres entraran en campos que tradicionalmente se habían considerado terrero de los hombres. De hecho, a pesar de que jamás cesó el activismo político del movimiento, las mujeres estadounidenses no consiguieron el derecho al voto hasta 1920; 72 años después de Seneca Falls.