Henry Kissinger
Henry Kissinger nació en Alemania en 1923, aunque emigró a los Estados Unidos con su familia en 1938, escapando de la persecución judía que comenzaba a ser insoportable en aquel país. Fue un estudiante brillante que consiguió doctorarse en la prestigiosa Universidad de Harvard, llamando la atención por sus trabajos de investigación acerca de la estrategia nuclear.
Consultor en las administraciones de Kennedy y Johnson, fue contratado por Richard Nixon, en 1969, como ayudante y consejero para cuestiones de seguridad nacional, un puesto que conservó tanto con Nixon como con Gerald Ford hasta 1975. Entre 1973 y 1977, desempeñó el cargo de Secretario de Estado.
Profundamente conservador, Kissinger creía que la diplomacia efectiva debía basarse en la fuerza y en la existencia de objetivos concretos, más que en ideales abstractos. Al mismo tiempo, se reveló como un firme defensor de la idea romántica del Estado, y admiraba a figuras como Metternich y Bismarck. Al igual que Nixon, su carácter manipulador le hacía temeroso de la inercia burocrática, y fue un gran aliado del presidente en sus esfuerzos por centralizar la toma de decisiones políticas en la Casa Blanca.
Como enviado de Nixon, Kissinger se reunió en secreto con los norvietnamitas desde 1969, en busca de un acuerdo que pudiera preservar la “credibilidad” americana cuando el tremendo desastre e la Guerra de Vietnam estaba cerca. En efecto, mientras Nixon y Kissinger mantenían complicadas reuniones con soviéticos y vietnamitas para buscar un tratado de paz aceptable, el propio Kissinger trató de explotar al máximo el “miedo comunista” en el interior del país, tratando de sofocar los crecientes movimientos por la paz.
Además, Kissinger jugó un papel crucial en la apertura de relaciones con China en 1971, un movimiento estratégico que cambió el equilibrio de poder durante la Guerra Fría. Su habilidad para la diplomacia secreta y su visión pragmática de la política internacional fueron fundamentales para este logro.
Sin embargo, en una nueva muestra de su diferencia de discursos cuando variaba el contexto, el propio Kissinger fue un firme defensor de la proliferación de tratados de limitación de armamento, como los célebres Salt (Strategic Arms Limitation Treaty, 1972).
Tras la guerra árabe-israelí de 1973, y las subsiguientes tensiones en el marco de la Guerra Fría, Kissinger se dedicó en cuerpo y alma a buscar soluciones al conflicto, y no cesó hasta establecer unas fronteras seguras y consensuadas para Israel. Mientras tanto, el odio que su figura despertaba en el interior no descendió en ningún momento, a pesar de su apoyo a los segundos acuerdos SALT, en 1974, y a la reunión internacional de Helsinki, en 1975, que formalizó las fronteras territoriales de Europa y supuso un fenomenal apoyo a la doctrina de los derechos humanos.
Sin embargo, las intervenciones soviéticas en África, la caída de Vietnam del Sur, y el rearme del bloque comunista, dejaron en entredicho la efectividad de los acuerdos de limitación del armamento y, con ellos, la propia figura de Kissinger. Tras la caída de Nixon, y a pesar de ser uno dos los pocos oficiales del gobierno que no fueron salpicados por el escándalo Watergate, el “estilo Kissinger” de hacer política exterior cayó en desuso, acuciado por las críticas de todos los sectores: periodistas, historiadores y biógrafos coinciden en este punto.
Su apoyo al bombardeo secreto de Camboya en 1969 y, sobre todo, su intervención en el golpe militar que acabó con la vida del presidente chileno Salvador Allende en 1973, se convirtieron en los episodios más censurados de su larga y polémica trayectoria política.
En su vida post-política, Kissinger fundó una consultoría internacional, Kissinger Associates, y se convirtió en un comentarista frecuente en asuntos de política exterior. A pesar de las críticas, su influencia en la política internacional y su legado como estratega y diplomático siguen siendo objeto de debate y análisis.