La Segunda República Española. El período conservador (1933-1936) y el Frente Popular (1936)
Las elecciones de noviembre de 1933 dieron la mayoría a los partidos de tintes derechistas. La explicación que se ha dado a este fenómeno, cuando dos años antes habían vencido los partidos de izquierdas, ha sido el desgaste del gobierno de Manuel Azaña, muy desprestigiado tras los sucesos de Casas Viejas. Otras hipótesis apuntan al agrupamiento de los partidos de derechas o al hecho de que por primera vez votaran las mujeres (según se apunta, tendían a votar de una forma más conservadora). A partir de este momento, y hasta febrero de 1936, se sucederá el denominado “Período Conservador” o “Derechista”.
La formación política que más representación parlamentaria consiguió fue el Partido Radical, encabezado por Alejandro Lerroux. Contaba con el apoyo de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), una coalición de partidos liderada por José María Gil-Robles. En un principio, la CEDA no entró en el gobierno, compuesto por diputados del Partido Radical.
El temor a que en España se formara un Estado de tintes fascistas (como ya sucedía por aquel entonces en Italia y Alemania) provocó el recelo de los partidos de izquierdas, que se movilizaron en previsión de ello. De hecho, cuando la CEDA entró en el gobierno, socialistas, nacionalistas, anarquistas y comunistas pusieron en marcha una conjura, que más adelante se detallará.
La política del Partido Radical y de la CEDA se tradujo, en gran medida, en el freno a las reformas puestas en marcha en el bienio progresista. Esta cuestión se vio, por ejemplo, en la anulación de las expropiaciones de terreno que se habían empezado en 1931, para la reforma agraria. Su progresiva política de regresión provocó el malestar de los partidos de izquierdas, que se pusieron en marcha para intentar ponerle freno.
Esta actuación consistió en la revolución que estalló en octubre de 1934. Dos fueron los escenarios principales: Cataluña y Asturias. En el primer caso, los nacionalistas proclamaron la República independiente de Cataluña, siendo Lluis Companys su presidente. La respuesta del gobierno de Madrid no tardó en hacerse oír. Suavizado el movimiento independentista, anuló el Estatuto de Autonomía catalán. De esta manera, se volvía a la situación anterior a 1931 en esta región.
En Asturias, sin embargo, el movimiento revolucionario tuvo muchísima más fuerza y trascendencia. Siguiendo los pasos de Rusia en 1917, los mineros asturianos, apoyados por los partidos de izquierdas, declararon la revolución comunista. En ella, se consumaron los primeros pasos, como fueron la posesión de armas por parte de los obreros y la declaración de guerra; únicamente quedó por consolidar la toma del poder. Y esto sucedió porque la legión de Marruecos se puso en marcha hacia Asturias. A su mando iba el general Francisco Franco, cuya represión en las minas fue brutal. La revolución quedó, por tanto, en poco, sólo para poner de manifiesto el malestar obrero con el gobierno.
El fin de la alianza Partido Radical-CEDA vino como consecuencia del escándalo del “estraperlo”. Varios ministros del partido de Lerroux se vieron involucrados en un negocio ilegal con dos extranjeros, Strauss y Perl (del que derivó el estraperlo). Al descubrirse el escándalo, se precipitó el desprestigio del Partido Radical y se convocaron nuevas elecciones, para febrero de 1936.
En estos momentos, la polarización de la sociedad en izquierda-derecha era extrema. Desde los anarquistas de la CNT a los militares más conservadores, todo era malestar. Para las elecciones de 1936, todos los partidos de izquierdas decidieron agruparse en una coalición (a la manera de la CEDA con las derechas): el Frente Popular. La victoria fue para esta formación; la presidencia de la República sería ejercida por Manuel Azaña.
De febrero a julio de 1936, la política del Frente Popular consistió en devolver el Estatuto de Autonomía a Cataluña, aprobar el del País Vasco y acelerar la reforma agraria, aunque su resultado fue nulo. Sin embargo, la crispación en la sociedad iba en aumento. Los asesinatos de José Calvo Sotelo y el teniente Castillo aceleraron la conjura de los militares, que se materializó con el alzamiento del 18 de julio de 1936. Acababa de estallar la Guerra Civil Española.