Los Austrias Menores
Se conoce como Austrias menores a los tres últimos representantes de esta dinastía en España: Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1675-1700), mediando entre los dos últimos una regencia de diez años conducida por Mariana de Austria, esposa de Felipe IV. La dilatada etapa que representan estos monarcas -más de cien años- es de una larga y agonizante decadencia de la monarquía hispánica, por motivo principalmente de sus guerras exteriores, que consumían toda la Hacienda y arruinaban al país, y también por los conflictos internos, especialmente desde Felipe IV.
El período correspondiente a los Austrias menores es el del siglo XVII, una centuria de vuelta a la feudalización y grave crisis económica, empeorada por las hambrunas y la peste. La crisis del siglo XVII afectó a toda Europa, pero fue especialmente grave en España. De este siglo, la otrora gran potencia de Carlos V y Felipe II saldría derrotada, arruinada, y convertida en una monarquía de segundo orden bajo la tutela francesa. Los primeros síntomas de la crisis, experimentados ya en tiempos de Felipe II con las bancarrotas y las guerras en los Países Bajos, se acentuaron a su muerte. Pero la plata que llegaba de América sostenía artificialmente una situación condenada a resentirse. Si bien es cierto que los famosos Tercios españoles permanecieron invictos durante varias décadas y cosecharon grandes éxitos tanto en Alemania como en Holanda, el agotamiento económico y demográfico al que estaba sometida, especialmente, Castilla, acabaría imponiéndose.
En el plano político, la característica más destacable de los Austrias menores fue su sistemático recurso a delegar labores de gobierno. Si Felipe II había sido el rey encerrado en su despacho dirimiendo asuntos de Estado, su hijo y el resto de descendientes recurriría a la institución del valido, esto es, un hombre de confianza, cortesano o amigo, que asume las competencias del rey en su nombre y actúa como un auténtico jefe de Estado, hasta el punto de poder firmar con el nombre del rey. Hubo validos competentes, como fue Gaspar de Guzmán -Conde-Duque de Olivares-, y otros no tanto, como el Duque de Lerma o Valenzuela. Los monarcas se vuelven así ineptos, y en los casos de Felipe III y Carlos II, aconsejados por otros ineptos.
Por si fuera poco que los reyes pusieran el gobierno en hombres a los que escogían más por su amistad que por su competencia, el panorama era, como hemos adelantado, sumamente complicado. Desde 1617 se reanuda la guerra en los Países Bajos, inscribiéndose en un nuevo conflicto de alcance europeo, la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). En la Guerra de los Treinta años se luchará por la preeminencia política y religiosa de los Habsburgo en Europa, en el suelo alemán. De esta gravísima lucha, la casa de Habsburgo saldrá debilitada, y se empezará a esbozar la preponderancia de Francia, Inglaterra, y Suecia en el norte. En España, la guerra con Francia se prolonga durante el reinado de Felipe IV diez años más, hasta la firma de la paz de los Pirineos (1658).
El conflicto en Alemania contra las potencias protestantes y posteriormente con Francia, que aprovecha los muchos frentes que tiene abierta la monarquía hispánica, terminará por agotar las fuerzas españolas. La debilidad de la posición de la monarquía en esos momentos provocará una rebelión interna que amenaza con fragmentar los reinos hispanos, y que Olivares tuvo que enfrentar, todo sea dicho, con mucha habilidad. En 1640 se levantan Cataluña y Portugal (incorporado por Felipe II en 1580); en 1641 la revuelta se produce en Andalucía; en 1646 le toca el turno a Sicilia, y al año siguiente, a Nápoles. Si tenemos en cuenta que al mismo tiempo se estaba produciendo la guerra con Francia, es fácil entender lo crítico de la situación en la que se vio Felipe IV.
La caída de Olivares supuso el encumbramiento de Luis de Haro a valido. La paz con Francia en 1658 vino acompañada de la anexión del Rosellón por parte de Luis XIV y la pérdida definitiva de Portugal, que formaba así una monarquía propia. Se había conseguido mantener la soberanía, no obstante, sobre Cataluña, Andalucía y posesiones italianas. Pero el poder español estaba gravemente tocado, y el heredero, Carlos, era un niño enfermo y raquítico. Entre las consecuencias de la guerra estaban las de la merma demográfica, la enorme subida de la inflación y la secesión definitiva de Holanda.
Sorprendentemente, los reinados de Felipe III y Felipe IV también coinciden con la época de mayor esplendor de las artes y las letras hispanas, el llamado Siglo de Oro. Literatos de la talla de Cervantes, Quevedo, Góngora, Calderón de la Barca, o artistas como Velázquez, Rivera, Zurbarán o Murillo, fueron la luz en una España de sombras.
El reinado del último Austria es el de una triste e imparable decadencia. A pesar de la incapacidad del rey para gobernar y la invalidez física que le impedía tener hijos, su longevidad fue mayor de lo que se esperaba, y logró mantenerse en el trono hasta el año 1700. Lenta pero inevitablemente, la economía empeora y las hambrunas y pestes asolan el país. El colofón a este proceso de decadencia será la herencia de Carlos II, por la cual el trono queda en poder de Felipe de Borbón, su sobrino, nieto del rey de Francia, Luis XIV. Esto suponía la sumisión al poder francés, aparte de ser el desencadenante de la Guerra de Sucesión Española (1701-1713).