La Revolución de 1868
La década del 60 en el siglo XIX significó la ruina para el reinado de Isabel II, que detentaba la corona desde 1833, y había ido perdiendo su imagen y popularidad a medida que más interfería en las cuestiones políticas.
Ya en 1836 se había producido el pronunciamiento liberal de La Granja, durante la Regencia de la conservadora María Cristina de Borbón (madre de Isabel II), y la figura de Prim comenzó a ser conocida entre los constitucionalistas progresistas. En 1840, tras una serie de revueltas, la regencia pasó a ser ocupada por Baldomero Espartero, líder del Partido Progresista, quien ejerció de modo dictatorial, en 1853, tras disolver las Cortes. Un pronunciamiento lo condujo al exilio. Vuelto al país fue nombrado Presidente del Consejo de Ministros, ocupando el moderado O´Donnell la cartera de Guerra, asumiendo el gobierno en 1856, tras la caída de Espartero y un año después, fue Narváez quien se hizo cargo del gobierno. O´Donnell, fundó en 1858, para fusionar a progresistas y moderados el partido Unión Liberal, que lo llevó nuevamente al poder.
En 1862, España ocupó, bajo el gobierno de O¨Donnell, las islas Chincha al sudoeste de Perú, con motivo del cobro de una deuda que Perú tenía con España, desde la época colonial, (lugar con grandes depósitos de guano) iniciándose la guerra Hispano-Sudamericana (1864-1883) contra Chile, Perú, Bolivia y Ecuador, que terminó con el retiro de las fuerzas hispánicas.
En 1863, se alejó del gobierno presionado por el partido moderado, asumiendo el marqués del Duero.
El 10 de abril de 1865, La censura religiosa impuesta por el estado se expresó en toda su violencia al reprimir a los estudiantes pertenecientes a la Universidad Central de Madrid que manifestaban pacíficamente para que se restituyera a su rector, destituido por apoyar al krausismo, autor prohibido y mostrarse por medio de escritos contrario a las medidas económicas de enajenar parte de los bienes reales para saldar deudas del estado, agravadas por las sequías que provocaron malas cosechas, la crisis del ferrocarril, cuyo tendido no resultaba generador de ganancias, y la industria, sumadas a la bancaria, con el cierre de numerosas entidades, y bursátil. La acusación recaía en que una porción iría a manos de la reina (Noche de San Daniel). Tras este episodio O´Donnell volvió al gobierno y al ministerio de Guerra.
En 1866, Juan Prim encabezó un pronunciamiento, y el 22 de junio de ese año, los partidos progresista y democrático organizaron la Sublevación del cuartel de artillería de San Gil para destronar a la reina, pero fueron sofocados. O´Donnell enfrentado a la reina presentó su renuncia, falleciendo poco después, y asumiendo Narváez. Los miembros del partido Unión Liberal adhirieron, a la muerte de su líder, a quienes propiciaban la caída real. El pacto de Ostende, en agosto de 1866 selló el acuerdo entre los progresistas y demócratas contra Isabel II. El 30 de junio de 1867, por el pacto de Bruselas, los unionistas, bajo el mando de Francisco Serrano se anexaron a este pacto de oposición al oficialismo. Entre los militares también había conspiradores, muchos de los cuales fueron desterrados.
El motín contra la reina se produjo en Cádiz (comunidad Autónoma de Andalucía) el 19 de septiembre de 1868, conocido también como “Revolución Septembrina” o “La Gloriosa” por parte de Juan Bautista Topete (unionista), al mando de las fuerzas navales. Allí se leyó una proclama, titulada “España con Honra” suscripta por Topete, Juan Prim, Francisco Serrano, Domingo Dulce, Ramón Nouvillas, Antonio Caballero de Rodas y Rafael Primo de Rivera, donde desconocían la autoridad de Isabel II, reclamando que la soberanía retorne a la Nación, por haber gobernado sin respeto a las leyes, corrupta, inmoralmente, imponiendo la censura y negando la libertad de enseñanza, entre otras acusaciones, con la amenaza de no deponer las armas hasta lograr el objetivo, instalando un gobierno provisional.
Dentro de los revolucionarios había distintos sectores: campesinos andaluces, que pretendían reivindicaciones sociales, los militares, que querían solo sustituir las autoridades en desempeño, reemplazándolas por otras, pero sin modificar estructuras. Barcelona y la zona Mediterránea se unieron a la revolución, estableciéndose en cada lugar Juntas, que recobraron la soberanía, peticionando una democracia.
El 28 de septiembre de 1868 las tropas fieles a la corona se enfrentaron con los revolucionarios en La Batalla del puente de Alcolea, siendo los últimos los vencedores, debiendo Isabel II exiliarse en Francia. Se inició así el periodo conocido como Sexenio Revolucionario (1868-1874), con un gobierno provisional a cargo del general Serrano (unionista) como regente, y el general Prim (progresista) como jefe de gobierno, que un año después ocupó la regencia. La victoria revolucionaria dejó con más poder a los unionistas y progresistas, relegando a un segundo plano a los republicanos y demócratas. Las Juntas Revolucionarias, con ideología profundamente liberal, fueron disueltas. En 1869 las Cortes redactaron una Constitución liberal, pero se rechazó la idea de sustituir el régimen monárquico por el republicano. La elección de un rey que conjugara la monarquía con los ideales democráticos motivó varios conflictos para encontrar la persona adecuada, optándose por la elección de un rey italiano, Amadeo de Saboya (1870-1873). El 11 de febrero de 1873, ante la renuncia del monarca se inició la Primera República que duraría hasta enero del año siguiente.