La Primera República Española
El primer intento republicano en la Historia de España tuvo lugar en el siglo XIX, concretamente entre los años 1873 y 1874. Fue una experiencia corta, de tan sólo once meses de duración, y caracterizada por una fortísima tensión política y social. Hasta tal punto es así, que en el poco tiempo que duró la República, se sucedieron cuatro presidentes diferentes. Por otra parte, también hay que decir que durante este tiempo se redactó la Constitución más avanzada de las que se habían venido elaborando en España hasta entonces.
Los antecedentes de la I República tenemos que situarlos en el final del reinado de Isabel II, en 1868. El vacío de poder que provocó el derrocamiento de la soberana lanzó, por primera vez en España, la idea de una República, visto el desgaste de la monarquía en aquellos instantes. Sin embargo, el hueco de la jefatura del Estado fue ocupado, momentáneamente, por el rey italiano Amadeo I. El fracaso de su gestión provocó, en 1873, la actuación de los líderes más izquierdistas para proclamar la I República Española.
Los cuatro presidentes que ocuparon la jefatura del Estado durante este período fueron Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar. Apenas unos pocos meses duraron cada uno de ellos en este cargo, lo que demuestra la gran inestabilidad política que ya se ha comentado con anterioridad.
Sin embargo, se lograron algunos avances, como fue la redacción de la Constitución de 1873. Antes de nada, hay que comentar que la vigencia de la misma fue escasa (el mismo tiempo que duró la República), pero es importante destacar algunos de sus puntos fuertes. Es el caso, por ejemplo, de la libertad religiosa. España, país tradicionalmente católico, vivía en aquellos momentos un importante aperturismo en esta materia, tan delicada de tratar. De hecho, hasta el momento, pocos se cuestionaban el Catolicismo, aunque ya se habían producido hechos como la desamortización de los bienes eclesiásticos, dictada por Mendizábal décadas atrás. Esta cuestión no tenía por qué afectar a la fe; pero la de la libertad religiosa era más peliaguda. De esta manera, la Santa Sede rompió sus relaciones diplomáticas con España, en protesta a la decisión ejecutada por la República.
La Constitución de 1873 también puso en marcha otros puntos políticos, como la separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), a los que se añadía uno nuevo: la relación entre los poderes, ejercido por el presidente de la República. También aparecía, por primera vez, el concepto de “Soberanía Popular”. Hasta el momento, se había reconocido en diferentes textos constitucionales la “Soberanía Nacional”. Pero no se había llegado a dar ese paso primordial para el pueblo.
Sin embargo, quizá el punto más destacado en la puesta en práctica de la Constitución y de la propia República fue el Federalismo. Impulsado por Pi y Margall, se reconocía esta forma de gobierno, de nuevo, por primera vez en España. Ello era respuesta a las sucesivas reivindicaciones regionalistas de algunas zonas del país, como podían ser Cataluña y el País Vasco, y que más tarde se traducirían en nacionalistas.
Lo que en principio iba a ser un acuerdo entre las regiones para su gobierno federal, se llegó a convertir en un auténtico caos territorial. Y es que el Federalismo derivó pronto en el Cantonalismo. Queriendo seguir el ejemplo de la Confederación Suiza, algunas ciudades españolas se proclamaron cantones independientes, como ocurrió en Sevilla, Cádiz o Cartagena. Este último caso fue el más llamativo, ya que fue el que más perduró en el tiempo. Incluso una vez desaparecida la República, Cartagena seguía defendiendo su independencia, aunque por pocos meses más.
Esta cuestión, entre otras, llevó a la República al fracaso. La subida a la presidencia de Emilio Castelar, de tintes conservadores, endureció mucho más la política interior y favoreció el acercamiento a la Santa Sede. Todo ello hasta que un golpe de Estado por parte del general Pavía en enero de 1874 sepultaba, definitivamente, la I República española. Menos de dos años después, subía al trono Alfonso XII, con el que se iniciaría un nuevo período en la Historia de España: la Restauración Borbónica.