La invasión musulmana
La Historia de España experimentó una brusca ruptura en sus rumbos cuando en el año 711, las tropas musulmanas del bereber Tariq cruzaron el estrecho, con la colaboración del conde Julián (probablemente un noble local al servicio del poder visigodo) y la aquiescencia del partido nobiliario vitizano, e inflingieron al rey Rodrigo una aparatosa derrota en la batalla de Guadalete.
Reconstruir la invasión musulmana de la península Ibérica es difícil, las fuentes son tardías y las informaciones a veces contradictorias. De hecho, se ha llegado a defender que no hubo invasión (lo hizo I. Olavarri, La revolución islámica en occidente). La historia y la leyenda se entremezclan; a las crónicas históricas que nos relatan los sucesos (Crónica Mozárabe del 754, Ajbar Mach’mua, las principales, entre otras muchas) se suman leyendas bien conocidas por los estudiosos (la leyenda de Florinda la Cava, la leyenda de la casa de los Cerrojos).
El reino visigodo atravesaba a principios del siglo VIII una situación complicada. Los reinos germánicos se caracterizaron por la constante inestabilidad interna, frecuentemente provocada por la transmisión del poder en sistemas sucesorios electivos. Las familias nobiliarias se enfrentaban entre sí por la corona, y en algunas situaciones solicitaban la intervención de fuerzas externas que inclinasen la balanza en su favor. Así lo hizo Atanagildo (rey 555-567), que logró el trono merced al apoyo de Justiniano, y que supuso el establecimiento bizantino en el sur de Hispania durante tres cuartos de siglo.
En 710, la entronización de Rodrigo a la muerte de Vitiza parece producirse en un ambiente de duras rivalidades entre su partido y el de los vitizanos. La conspiración de los adversarios de Rodrigo parece incluir la intervención de los musulmanes asentados al otro lado del estrecho, en rápida expansión desde la muerte de Mahoma (632 d. C.), cuyo emir Musa ibn Nusayr (desde el 704, al servicio del califa de Damasco) venía probablemente calculando una posible invasión desde antes del 711. Existen noticias que invitan a creer que hubo expediciones previas para reconocer las defensas visigodas, en 709 y 710. Los bereberes enrolados bajo la bandera de Musa estaban a la sazón poco islamizados y su estancia en el norte de África inquietaba a los árabes conquistadores, que planearon la expedición sobre Hispana como una salida a aquéllas agresivas tribus, que tantos problemas podían causarles. En este contexto, la colaboración del conde de Ceuta, Julián (al servicio de los godos), no debió ser decisiva, si no más bien circunstancial.
Algunas informaciones sugieren que hubo combates entre guarniciones visigodas y los bereberes de Tariq (bereber asimismo, apenas hubo árabes en esta primera invasión), pero todo se decidió en la batalla de Guadalete, a la que concurrió el rey regresando veloz desde Pamplona con sus tropas, donde había estado luchando con los vascones. El ejército visigodo debía ser superior en número al musulmán, pero las disensiones internas, entre las que se suele mencionar la deserción de las alas del ejército godo, comandadas por los hijos de Vitiza (de fiabilidad dudosa), favorecieron su ineficiencia, y la derrota fue total. Hasta tal punto, que incluso el rey pudo ser muerto o malherido en el encuentro.
En cualquier caso, el desmoronamiento de las estructuras del reino visigodo fue rápido e imparable. La colaboración de los descendientes de Vitiza en la conquista parece innegable, ante la evidencia en las fuentes de que fueron los máximos beneficiados de ella: el trono no les fue devuelto, no obstante recibieron inmensas propiedades en la península confirmadas por Al Walid (705-715).
A partir de Guadalete, la toma de plazas se sucede veloz. La liberalidad de los pactos que ofrecen los musulmanes facilitan el avance: permiten conservar la religión de los hispanos mediante el pago de un tributo, respetan las autoridades existentes a su llegada a cambio de otros impuestos, y mantienen las propiedades de aquéllos que se pliegan pacíficamente. Las noticias de la Crónica Mozárabe, no obstante, invitan a pensar que también hubo gravísimas violencias que con frecuencia han sido pasadas por alto entre los estudiosos de Al Andalus, y que motivarían parte importante de los exilios que llevaron a muchos visigodos defensores de Rodrigo a refugiarse en la cordillera cantábrica.
Musa entraba un año después de Guadalete en Hispania, y tomaba parte junto a su lugarteniente Tariq en la dominación del territorio. Buena parte de la península había sido sometida a la altura del año 714, aunque en algunos lugares esa dominación era muy débil.
El reparto de los espacios entre árabes y bereberes fue desigual: los árabes se asentaron prioritariamente en las zonas calurosas de los valles del Guadiana, Guadalquivir y el Ebro, y en la costa levantina, destacando en las ocupaciones mercantiles y encumbrándose en las labores de gobierno, dirigidas ya desde Córdoba. Los bereberes escogieron territorios desde Andalucía hasta el valle del Duero, normalmente dedicados a una economía pastoril.
Si bien la conquista se asentó en los años siguientes e incluso dio el salto a la Galia con audacia, llevando sus rapiñas hasta bien entrado territorio francés, lo cierto es que el control de las áreas norteñas fue dificultoso para los musulmanes, entre otras razones por la belicosidad de sus habitantes y lo desagradable de su relieve y clima a ojos de los árabes. La rebelión pelagiana, coronada con la victoria en Covadonga en torno al 722 (fecha estimada por C. Sánchez Albornoz), marcaba el comienzo de la andadura histórica del reino de Asturias, entidad política desarrollada, en buena medida, al calor de la aristocracia goda exiliada.