El reino de Asturias-León
La vida de este reino del norte de la Península Ibérica se extiende desde el año 718 (cuando acontece la batalla de Covadonga) hasta el siglo XI, en que se convirtió en el reino de Castilla y León. Su nacimiento debemos situarlo en el contexto de la invasión musulmana de la Península, que comenzó en el 711. Su imparable avance se frenó en las puertas de Asturias, concretamente en los Picos de Europa, donde aconteció la batalla de Covadonga. El líder de las tropas hispano visigodas en aquel enfrentamiento fue don Pelayo, que, tras su victoria, se proclamó rey de Asturias. Comenzaba, de esta manera, la larga vida de este reino, para muchos, germen de España.
Don Pelayo y sus sucesores establecieron la capital del reino en la localidad de Cangas de Onís y, posteriormente, en Oviedo. Desde estos puntos, iniciaron una progresiva expansión territorial hacia el oeste y el sur de Asturias. El primer gran avance se dio con Alfonso I, que logró extender su influencia hasta la vecina región de Galicia.
No hay que perder de vista esta zona, que pocos años después protagonizará un hecho muy relevante. Y es que en el siglo IX, más concretamente durante el reinado de Alfonso II, tuvo lugar el descubrimiento de la tumba del apóstol Santiago. Un monje llamado Pelayo afirmó ser testigo de que unas estrellas le conducían a un lugar en el bosque, lo que se vino a denominar Campus Stellae (Campo de las Estrellas, que derivó en Compostela). Allí encontró un sepulcro, que inmediatamente asoció al del apóstol de Cristo, pues, según la tradición, había sido llevado a Galicia.
Sin duda, este descubrimiento favoreció un fortísimo impulso al avance cristiano desde el reino de Asturias, ya que sus soldados tenían como aliciente combatir al infiel musulmán para recompensar al santo patrón. Esta expansión se tradujo en el avance hacia el sur, buscando el río Duero. Fue el rey Alfonso III quien, finalmente, alcanzaría esta frontera natural con Al-Andalus. Era, hasta el momento, el mayor avance territorial de los asturianos.
Alfonso III, para asegurar la región recién conquistada, estableció una nueva capital. Trasladó la Corte desde Oviedo al sur, a una ciudad que en tiempos romanos había nacido como un campamento militar. Se trataba de la antigua Legio VII Gemina, rebautizada con el nombre de León. A partir de estos momentos, el reino pasó a denominarse astur-leonés.
Una de las políticas más importantes de los reyes en estos momentos de la conquista fue la repoblación de las tierras con gentes llegadas de otros lugares. La amplia franja entre los Picos de Europa y el río Duero se hallaba prácticamente deshabitada, debido a la huída de población musulmana hacia tierras más meridionales. Los reyes leoneses trajeron, principalmente, a gentes de las montañas del norte para esta repoblación. Esta política no fue exclusiva de esta época, sino que se fue desarrollando hasta los últimos momentos de la conquista cristiana.
Otra cuestión a tener en cuenta por los reyes de Asturias-León fue la defensa de las plazas conquistadas. Las constantes escaramuzas musulmanas llevaron a la fortificación de algunos territorios cristianos. Este hecho se desarrolló por medio de los castella o castillos. Una de las zonas donde más fructificaron estos sistemas defensivos fue al este del reino. De hecho, esta región llegaría a recibir su nombre debido a esta circunstancia: Castilla, que nació como condado dentro del reino de León. Con el tiempo, durante el mandato del conde Fernán González, este territorio llegó a convertirse en hereditario para sus titulares. Era el primer paso para el posterior reconocimiento de su independencia.
Los momentos más bajos del reino de Asturias-León se produjeron a finales del siglo X, con la subida al trono de Sancho III el Mayor de Navarra. Este monarca consiguió anexionarse Castilla y otros condados pirenaicos, quedando el rey de León como vasallo suyo. Su muerte desmembró el reino entre los herederos. De esta manera, nacía en el siglo XI el reino de Castilla y León. Corría el año 1052 y se personificaba en Fernando I, hijo de Sancho III. A partir de estos momentos, el territorio sufriría sucesivas separaciones y uniones, hasta la definitiva en el siglo XIII, que llevó a convertirla en la mayor potencia cristiana peninsular.