El Priscilianismo
El Priscilianismo se ha venido definiendo como un movimiento herético que se desarrolló en el norte de Hispania desde finales del siglo IV hasta, prácticamente, la llegada de los musulmanes a la Península. Debe su nombre a Prisciliano, el obispo de Ávila que redactó una doctrina novedosa al margen del Catolicismo y que se rodeó de un nutrido grupo de seguidores.
La doctrina priscilianista se basaba en varios puntos, todos ellos con la vista puesta en el más primitivo y puro de los cristianismos, aquel que acompañó a los primeros discípulos de Jesús. Una de sus características principales fue el ascetismo del que se rodearon Prisciliano y sus discípulos; en este sentido, este movimiento religioso se ha considerado, muchas veces, como un antecedente de la vida monacal y de la perfección cátara. De esta manera, los priscilianistas se oponían radicalmente a la creciente opulencia de la que hacían gala los miembros de la jerarquía católica.
Otras de las características destacadas del Priscilianismo eran el nombramiento de doctores, al margen de la acción de la Iglesia Católica, y la presencia de mujeres en sus reuniones. Entre sus objetivos, figuraba la reforma del clero y de la sociedad, tanto a través del celibato como de la pobreza. Además, como ya afirmara Lutero muchos siglos después, se apostaba por la interpretación personal de los textos bíblicos.
El Priscilianismo se vino a desarrollar dentro de un contexto histórico de inestabilidad política y social, con un Cristianismo reconocido ya como religión no perseguida y con constantes emperadores y usurpadores en Occidente. En medio de este turbulento ambiente, surge la figura de Prisciliano, teórico de la nueva doctrina, que pronto se ganó enemigos al ponerla en práctica. Ello le llevó a ser objeto de debate en numerosos sínodos y concilios desarrollados en la Península, muchos de los cuales no acabaron en condena. Esta circunstancia favoreció la mayor expansión del Priscilianismo, especialmente por el norte del territorio.
Sin embargo, su trayectoria como obispo de Ávila y teórico de la nueva doctrina se vio truncada al viajar a Tréveris (actual Alemania) para entrevistarse con el emperador Máximo. La razón era pedir protección para sus seguidores, algunos de los cuales habían sido lapidados, como medida intimidatoria a su persona. Sin embargo, en la sede de la corte imperial le esperaban antiguos enemigos, que le tendieron una trampa que acabó con su vida. La decapitación de Prisciliano, acaecida en el año 385, está considerada como la primera ejecución de un hereje por parte de una autoridad civil; en este caso, por parte de un emperador.
Por desgracia para sus enemigos, la doctrina priscilianista no acabó con la muerte del obispo. Se extendió con muchísima fuerza en la Galaecia (al noroeste de la Península Ibérica) y durante muchos siglos, pues las crónicas de concilios posteriores todavía recogían la presencia de priscilianistas en esta zona. Sin embargo, su rastro se pierde con la llega de los musulmanes a la Península, en el año 711.
Años después de su muerte, algunos seguidores del obispo transportaron sus restos mortales desde Tréveris hasta la Galaecia, al noroeste de la Península Ibérica. Su cadáver, con el de otros seguidores también ejecutados, fue depositado en algún lugar de esta región. Y es aquí donde comienza el debate.
Porque no son pocos los teóricos que piensan que la tumba de Compostela donde actualmente se venera al apóstol Santiago acoge, en realidad, los restos de Prisciliano y dos de sus seguidores. Esta hipótesis no resulta muy descabellada, teniendo en cuenta la veneración que en Galicia se tenía por el obispo hereje. El descubrimiento de la tumba en el siglo IX por parte de un monje llamado Pelayo se asoció, sin embargo, al apóstol de Cristo, que, según la leyenda, había predicado en Hispania.
Pero en realidad, muy poco se sabe sobre quién reposa en realidad bajo la catedral de Compostela. Es, quizá, un debate muy interesante para que no se olvide el martirio de Prisciliano, durante muchos siglos tachado de hereje, pero que podemos considerar un auténtico innovador y reformista, víctima de su tiempo.