Almanzor
El Califato de Córdoba se estableció oficialmente bajo el reinado del emir Abderramán III. Además de aglutinar en su persona el poder político, este príncipe se hizo nombrar jefe religioso de Al-Andalus, convirtiéndose así en califa. Hasta entonces, sólo existía uno, con sede en Bagdad. Esta nueva circunstancia se debió a la lejanía de la Península Ibérica con respecto a la actual capital iraquí. Bajo Abderramán III y su sucesor, Alhakem II, Córdoba viva su momento de máxima expansión y esplendor cultural. Fue en esos momentos cuando emergía en la corte califal una figura trascendental en la historia de los musulmanes en la Península: la del victorioso Almanzor.
Mohamed ben Abi Amir fue un miembro de la pequeña aristocracia yemení de Al-Andalus que llegó a ser conocido con el nombre de “Al Mansur”, “El Vencedor”. Tal apelativo se debió a las numerosas campañas triunfales que desarrolló en los territorios cristianos del norte de la Península Ibérica. Fue en el último cuarto del siglo X cuando Almanzor llevó a cabo su frenética labor de hostigamiento a los cristianos, el mismo momento en que se afianzó al frente del poder en Al-Andalus.
Su despegue político se produjo durante el reinado de Alhakem II, bajo cuyo mandato el califato de Córdoba alcanzó su máximo apogeo. Poco a poco, Abi Amir irá escalando puestos en la administración, hasta llegar al círculo de la familia real. De hecho, llegó a estar encargado de los bienes de los hijos del califa, lo que demuestra la cercanía que este político al poder.
En el año 976 falleció Alhakem II, dejando como heredero a un joven Hisham II. Esta circunstancia fue aprovechada por Abi Amir para convertirse en el “hayib” o chambelán de palacio. Sin embargo, esto no fue suficiente para el futuro caudillo, que usurpó el poder en lo que a todas luces se ha visto como un golpe de Estado. Esta realidad se materializó en el 981, cuando Abi Amir impuso una verdadera dictadura militar.
Las primeras acciones del conocido ya como Almanzor se centraron en la política interior de Al-Andalus. Muchos eran los grupos y particulares oponentes a su política, lo que se tradujo en numerosas sublevaciones. Sin embargo, Almanzor supo combatirlas hábilmente, aunque también es cierto que las contestaciones a su poder se prolongaron, prácticamente, durante todo su mandato. Los principales protagonistas fueron personas cercanas al entorno de la familia real y grupos de rebeldes eslavos, un grupo étnico de extranjeros, numerosos en el califato.
En cuanto a su política exterior, ya se ha comentado que se caracterizó, principalmente, por las campañas militares contra los cristianos. Se calcula que Almanzor llevó a cabo una media de dos intervenciones por año. Sus objetivos más lejanos fueron Barcelona, capital de los condados catalanes, Zamora y Santiago de Compostela. La conmoción que en el mundo cristiano provocó el ataque a la tumba del apóstol favoreció la fama de Almanzor como un tirano cruel. Lo cierto es que, en estos años, se había declarado la “Yihad” o Guerra Santa contra los cristianos. Curiosamente, la Península Ibérica no será el único territorio que se vea inmerso en esta realidad, pues, por ejemplo, en Siria se producía un episodio parecido.
En el caso de Al-Andalus, Almanzor se aprovechó de las numerosas luchas internas que sufría el reino de León en aquellos años. Ello favoreció las acciones militares de los cordobeses, que se caracterizaron por los saqueos y la impiedad. Precisamente, fue en una de estas campañas donde Almanzor encontraría la muerte. Corría el año 1002 y el escenario fue la batalla de Calatañazor (actual provincia de Soria). En ella, una coalición formada por el condado de Castilla y los reinos de León y Navarra favoreció el triunfo cristiano. Sólo de esta manera, el caudillo musulmán pudo ser vencido.
Sin embargo, Almanzor dejaba implantada en Córdoba su propia dinastía: la de los amiríes, que destronaría provisionalmente a los Omeyas. Esta circunstancia dio lugar a un tiempo de constantes luchas internas en Al-Andalus, que aprovecharon los reinos cristianos para ganar terreno. Estos conflictos terminarían décadas después con la descomposición del califato en los denominados Reinos de Taifas.