Alfonso XII
Alfonso XII (28 de noviembre de 1857-25 de noviembre 1885) fue el único hijo varón de Isabel II. Su padre oficial era Francisco de Asis, rey consorte de España, pero es más probable, dada su homosexualidad, que Alfonso fuese hijo de alguno de los numerosos amantes de la reina. Fue el primer rey español de la Restauración Borbónica (1874-1923).
Su primera infancia en Madrid no fue sencilla, dadas las malas relaciones entre la reina y su padre oficial, y debido también a los rumores (de dominio público y hasta publicación en prensa) de las continuas aventuras extramatrimoniales de la reina, que afectaron al príncipe. Con sólo once años se vio obligado, con su familia, a exiliarse en Francia, como resultado del estallido de la revolución de 1868, La Gloriosa, de carácter democrático y antiborbónico.
Todavía en el exilio, Isabel II renuncia a regañadientes al trono en 1870, trasladando los derechos sucesorios a su hijo Alfonso. Pero en España todavía está teniendo lugar el Sexenio Democrático, a pesar de que el político conservador e historiador malagueño Antonio Cánovas del Castillo está trabajando por lograr adherir a distintos sectores sociales a la causa alfonsina, ante la evidencia del fracaso del Sexenio. Cánovas apostaba por una Restauración pacífica y democrática, cuando se evidenciase lo inapropiado de las otras opciones, pero al final la República y el Sexenio cayeron por la vía del pronunciamiento.
Alfonso vivió su juventud en el corazón de Europa, y se educó en academias militares de París, Ginebra y Viena, lo que no le impidió el poder aprender idiomas (francés, inglés y alemán) para destacar en una educación europea, que le hizo ver los sistemas políticos de la época y comprender mejor su contexto. Mientras tanto, Cánovas está aglutinando en Madrid apoyos a su causa: las clases altas de terratenientes, banqueros y obispos cada vez son más partidarias del “alfonsismo” y a ellas se unen las clases medias arruinadas por la revolución. Fue el propio Cánovas quien instigó el traslado del príncipe Alfonso a Inglaterra, por su expreso deseo de que se educase en un país con larga tradición constitucional. Desde la academia militar de Sandhurst escribió un comunicado, difundido por la prensa nacional y europea donde afirmaba que deseaba ser el rey católico y liberal de España.
Impacientes, los militares se pronunciaron con Martínez Campos a la cabeza el 29 de diciembre de 1874, contraviniendo los intereses estrictamente constitucionales de Cánovas, proclamado jefe del nuevo gobierno por la junta sublevada. Inmediatamente, el brillante político borbónico llamó al joven príncipe de Asturias a tomar la corona de España.
Su primera tarea al llegar a España, entre 1875 y 1876, fue librar la guerra que los carlistas provocaron a la llegada de su pretendiente Carlos VII. El rey se implicó muy seriamente en la lucha hasta el extremo de arriesgarse en batalla, lo que le granjeó el apoyo de los militares, del pueblo, y el sobrenombre de “El Pacificador”. Derrotados los carlistas, fue recibido en Madrid con entusiasmo. Cánovas entre tanto instauró un sistema conciliador y liberal, que aglutinase a la mayor parte de los españoles en dos grandes partidos, el Liberal y el Conservador (al estilo británico) dentro de una monarquía católica como era la borbónica. Resultado de la obra de Cánovas fue la Constitución de 1876, que si bien era un retroceso frente a la democrática de 1869, sería mucho más estable en su vigencia (cerca de medio siglo). La soberanía volvía a compartirse entre el rey y las Cortes. Años más tarde, de todos modos, los Progresistas conseguirían el sufragio universal masculino (1890).
La vida de Alfonso XII no fue sencilla en España. El movimiento obrero intentó en varias ocasiones acabar con su vida (atentados de 1878 y 1879). También vio morir a los 18 años a su esposa, por la que había demostrado un amor sincero. Era ella María de las Mercedes, su prima, con la que contrajo matrimonio en enero de 1878. Sólo seis meses después murió, lo que afectó seriamente al rey. Volvió a casar en noviembre de 1879 con María Cristina de Austria, esta vez por motivos políticos, aunque ella resultó una esposa inteligente y culta. Alfonso no la quería, y mantuvo frecuentes amoríos en la noche madrileña, especialmente entre las cantantes de ópera (a las que Cánovas se esforzaba por apartar de Madrid para evitar escándalos).
En 1883 se hizo público que el rey padecía tuberculosis, enfermedad que le había sido diagnosticada en las campañas carlistas en 1876. La enfermedad estaba muy avanzada, y le provocaban toses y vómitos de sangre. El rey acudía con frecuencia a visitar a los damnificados de grandes catástrofes naturales, como hizo en las inundaciones de Murcia o las epidemias en Castilla. En 1886, consumido hasta los huesos por su enfermedad, visitó a los convalecientes de Aranjuez contra los deseos de Cánovas, que le presionaba para que se mantuviese en observación, y algunos días más tarde murió en el Pardo (25 de noviembre) contra todo pronóstico. Se abría entonces la etapa de regencia de su esposa María Cristina.
Tuvo tres hijos con María Cristina de Austria: María de las Mercedes, María Teresa y el futuro Alfonso XIII, póstumo.