La crisis del liberalismo
Desde las postrimerías del siglo XIX, el sistema político liberal y democrático fue considerado como el más apto para canalizar la política de masas, ya que a través de los partidos políticos con sus diferentes idearios, proyectos y plataformas políticas, podrían resolverse y encausarse las problemáticas políticas, económicas y sociales.
Sin embargo, con la Segunda Revolución Industrial de 1850, y las consecuencias económicas que produjo, el capitalismo ya no se vio como la solución mágica a los problemas del mundo. Al exigir a las industrias renovarse y adecuarse a las nuevas tecnologías, ellas lo hicieron recurriendo a la financiación externa, generando fuertes endeudamientos, y esto terminó haciendo desaparecer a las más débiles y concentrándolas en pocas manos lo que eliminó la competencia libre y abierta que frenaba la escalada descontrolada de los precios.
Además, un acontecimiento sangriento también golpeó a esta ideología liberal, para afianzar las políticas de gobierno autoritarias. Ese hecho fue la Primera Guerra Mundial, que si bien no impidió que algunos países siguieran con sus sistemas democráticos, como Estados Unidos (que resultó muy favorecido) Gran Bretaña (que perdió su lugar como potencia comercial) y Francia; en otros, surgieron políticas antidemocráticas: en Italia se inauguró un régimen conocido como fascismo y en Alemania, como nazismo; ambos de derecha con una conciencia de nacionalismo extremo; mientras que otra dictadura pero de izquierda, se instaló en la Unión Soviética, representada por el estalinismo.
El capitalismo liberal que había aparecido como un sistema sin fisuras, comenzó a mostrarlas, y se lo acusó de ser culpable de esta Gran Guerra. Además, cuando el excedente productivo, y la caída de las bolsas, desembocaron en la crisis de 1930, con devaluación monetaria, inflación, con cierre de empresas y fábricas, y por ende, desempleo y marginación social, el liberalismo agonizó.
Las dictaduras que antes mencionamos, por el contrario, se mostraron como una respuesta favorable ante la crisis, con una gran presión estatal sobre sus economías (y sobre las libertades individuales) y obligó a los países democráticos y capitalistas a sustituir el estado liberal por el estado de bienestar.
A pesar de este golpe a la ideología liberal, no desapareció por completo. En la segunda mitad del siglo XX, el liberalismo experimentó un resurgimiento, especialmente en los países occidentales. Este resurgimiento fue impulsado por la creencia de que las políticas liberales podrían proporcionar soluciones a los problemas económicos y sociales que enfrentaban estos países. Sin embargo, este resurgimiento del liberalismo no estuvo exento de críticas. Muchos argumentaron que las políticas liberales, especialmente en el ámbito económico, favorecían a los ricos y poderosos a expensas de los pobres y marginados.
Además, la globalización, un fenómeno que se aceleró en las últimas décadas del siglo XX, también planteó desafíos al liberalismo. La globalización ha llevado a una mayor interdependencia económica entre los países, lo que ha hecho que las decisiones económicas tomadas en un país puedan tener un impacto significativo en otros países. Esto ha llevado a algunos a cuestionar si el liberalismo, con su énfasis en la autonomía individual y la libre competencia, es capaz de abordar eficazmente los problemas que surgen en un mundo cada vez más interconectado.
En el siglo XXI, el liberalismo sigue enfrentando desafíos. La creciente desigualdad económica, el cambio climático, la migración masiva y el auge de los movimientos populistas son solo algunos de los problemas que el liberalismo debe abordar. A pesar de estos desafíos, el liberalismo sigue siendo una fuerza importante en la política mundial, y su capacidad para adaptarse y evolucionar será crucial para su supervivencia en el futuro.