El Bien Común
El bien común, entendido “común”, como susceptible de ser gozado por todos y cada uno, de los miembros del cuerpo social, sin privilegios de clase, como idea, fue ya sustentada por Platón como objetivo del gobernante, ese ser sabio, guardián del estado, capaz de distribuir equitativamente lo que a cada uno le corresponde, como individuo, que desarrolla su vida dentro de la polis, a la que está intrínsecamente unido, tendiendo al bien de todos que es mucho más que la suma de los bienes personales.
El gobernante no debe aspirar a riquezas personales, ni al beneficio de algunos, sino al de la totalidad. Como dato curioso, Platón distingue la moral del gobernante como persona que debe ser intachable, y la moral del política, que puede utilizar ciertos medios que no son aceptables en el plano personal, como mentir, si es por el bien de todos. Aristóteles desarrolló más aún esta idea, entendiendo ese fin del bien de todos, como una virtud.
Los romanos distinguieron entre las cosas extrapatrimoniales, aquellas que eran comunes a toda la humanidad, como el aire o el agua corriente, y las cosas públicas, que pertenecían al pueblo romano, como algo distinto de los individuos que lo componen, y esas cosas como bienes sujetos al goce popular. Cicerón, consideró a los hombres como iguales, aunque desde una visión aristocrática
La Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino (1225-1274) vuelve a poner ese concepto en consideración, cuando afirma que el objetivo de las leyes es el bien común, objetivo de todo gobierno, que es el bien de todos, como medio para lograr el fin último, que es la gracia de Dios.
En el siglo XVI, Erasmo de Rotterdam (1466-1536) se destacó como pacifista, considerando que la única guerra justa era la que se hacía en legítima defensa, no cuando se inicia el ataque, ya que esto no sería para el bien común, criticando a Maquiavelo en su particular visión del bien común.
En efecto, sostuvo Maquivelo (1467-1527), en su obra “El Príncipe” donde analiza la realidad política de los estados en su evolución histórica, que el bien común era el bien del estado, representado en el príncipe, al que se subordinan todos los bienes individuales. Conviene sin embargo, al príncipe tender al bien de todos para sostener su poder, pero sin ser magnánimo. Al príncipe se lo debe respetar e incluso temer, aunque no en la extrema medida que se llegue a despreciarlo. Vemos que Maquiavelo también necesita lograr el bien común como objetivo del estado, pero con una finalidad práctica, y no moral. El Príncipe necesita consenso para , mantenerse en el poder, pero ese bien común, se logra a costa de cualquier medio, incluso, a costa de ciertos individuos.
En 1516, Tomás Moro escribe la “Utopía”, donde habla de un bien común que trasciende a los pueblos particulares, para lograr un orden jurídico de toda la humanidad, en vistas a su bien común, como un derecho natural vigente y justo.
La Iglesia católica, a partir de la encíclica, Rerum Novarum (1891) ha incorporado ese concepto, bregando por mayor solidaridad con respecto a los más necesitados, reconociendo a los obreros el aporte que al bien común, realizan con su trabajo, por lo cual sus necesidades básicas deben ser satisfechas, con la colaboración de todos los ciudadanos.
El filósofo católico Jacques Maritain, (1882-1973) expuso en su obra “La persona humana y el bien común” al bien común, como lo que trasciende al bien particular de cada uno, que debe tender al bien del conjunto social, y al mismo tiempo, al desarrollo individual, no solo material sino fundamentalmente moral. El hombre, individuo en su materia, y persona en su espíritu, se realiza en plenitud dentro de la sociedad, y para aportar a la sociedad. Hay una interdependencia recíproca entre persona y estado, por la cual el hombre engrandece al cuerpo social, y a su vez él crece en su dimensión personal, en vistas a su trascendencia. La autoridad a través de leyes justas (las injustas no serían leyes) debe redistribuir los bienes sociales, respetando los derechos de cada uno, en beneficio de las personas, tendiendo a su perfección y asegurando su protección desde el estado.
A fines del siglo XVIII Immanuel Kant, intenta crear una ética universal, estableciendo un deber moral que pueda aplicarse en cualquier tiempo y lugar, creando su imperativo categórico, poniendo como máxima a realizar: “obrar de tal modo que puedas querer que tus actos puedan ser ley para todos”. Así el obrar bien se convierte en un deber, no solo para cada persona en particular, sino aún para el estado. Un estado es justo para Kant, cuando sus leyes establezcan a los ciudadanos obrar bien como deber.
El excesivo individualismo de nuestra era, no debe hacernos perder el punto de vista de que la propiedad cumple una función social, y que el bien de todos es mucho más que unos pocos puedan acceder a la gran cantidad de bienes de consumo y adelantos tecnológicos, dejando a otros en la pobreza y en la marginalidad.