El feudalismo
Se conoce con este nombre a la forma de organización política, económica y social que comenzó a gestarse con la caída del imperio Romano de Occidente en poder de los pueblos bárbaros.
La inseguridad se convirtió en la característica de esta etapa histórica, lo que motivó que el rey debiera ceder parte de su poder a los nobles (condes, duques y marqueses), otorgándoles para su administración porciones territoriales a cambio de seguridad.
Los nobles entregaron a su vez parte de estos terrenos a otros pobladores (campesinos), que los cedían a su vez. Así se forjó una cadena de vasallaje, donde los que entregaban tierras se transformaban en señores feudales y los que las recibían en vasallos. El rey encabezaba la cadena, siendo señor de todos y vasallo de nadie.
Entre señor feudal y vasallo se realizaba una ceremonia conocida como homenaje, por la cual realizaban un juramento donde se establecían su derechos y deberes recíprocos. El señor entregaba al vasallo, tierras, elementos de trabajo, caballos, protección y seguridad a cambio de trabajo en las tierras del señor y acompañarlo a la guerra.
El vasallo arrodillado en la torre del castillo, despojado de sus armas, juntaba sus manos como muestra de su sometimiento, y el señor lo levantaba, al sellar el pacto.
La riqueza se basaba en la posesión de las tierras, de donde se extraía el alimento a través de las cosechas y la cría de animales, en una básica economía de subsistencia, sin que existiera actividad comercial.
La ropa se confeccionaba con cuero de animales o con lana de ovejas, y la poca actividad de elaboración de productos era artesanal.
La extensa cadena terminaba en los siervos de la gleba, personas que sin estar reducidas a la esclavitud, no podían abandonar las tierras y se vendían con ellas.
La iglesia católica adquirió durante este período un enorme poder ya que era lo único que tenían en común los reinos, gobernados cada uno por un señor feudal diferente, que imponía las normas en su territorio, con un poder inmenso dado por la divinidad.
La Iglesia poseía muchas tierras y muchos obispos o abades, eran señores feudales.
Los señores feudales, administraban justicia y cobraban impuestos, con lo que obtenían riquezas.
La construcción característica fue el castillo, lugar fortificado, sitio de vivienda y refugio del Señor.
Surgieron como construcciones de madera, transformándose en imponentes estructuras de piedra.
Se construían sobre elevaciones de terreno, con muros de hasta nueve metros de espesor, por orden del rey. En torno al castillo, generalmente se radicaba la población, que buscaba refugio en el castillo en caso de ataque.
El lugar más seguro era la torre principal, donde residía el señor feudal y su familia.
Otra peculiaridad consistió en la figura de los caballeros, que prestaban a su señor servicio militar y no eran vasallos. Realizaban un adiestramiento arduo y complicado, siendo un honor que pocos alcanzaban, convirtiéndose en un anhelo para los jóvenes de cierta posición social.
El adiestramiento militar de los aspirantes a caballeros comenzaba a muy temprana edad. Aproximadamente a los ocho años los niños se instalaban en los castillos y aprendían modales y el manejo de las armas, en un marco de espiritualidad.
A los quince años se convertían en ayudantes de un caballero y demostrada su valía, juraban defender al débil y a la fe cristiana al ser armados caballeros.
Al día siguiente recibían una espada, espuelas y una cota de malla.
La sociedad se ordenaba en forma jerarquizada por disposición divina, en tres órdenes: La primera clase formada por los servidores de Dios, dedicados a la salvación de las almas. La segunda clase es la de los guerreros dedicados a la defensa común y la tercera clase está conformada por los trabajadores, dedicados a mantener a toda la población.
En el siglo XIV, las condiciones mejoraron para los campesinos, y pudieron comprar su libertad con dinero, medio de pago que fue bien recibido por muchos señores empobrecidos.