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El Califato Abasí

Publicado por Hilda

Harun al-RashidLa descendencia del tío paterno de Mahoma, Abbás, dio origen a la dinastía abasí, que residían en Humayma, una pequeña aldea de Palestina. Fueron aliados de quienes se opusieron al gobierno de los omeyas pero sin participar directamente de las luchas políticas. Fue recién en el año 716, cuando los chiítas, que habían sido desplazados del poder por los omeyas, delegaron sus derechos en un abasí, Abú-l´Abbás quien organizó un levantamiento contra los omeyas de Irak y Khorasán en Irán oriental. Desde esta última se dirigieron a Irak y luego a Siria, venciendo definitivamente a los omeyas en el año 750, asesinando a muchos de sus miembros y restaurando la tradición musulmana, que ellos acusaban había sido descuidada por los omeyas.

Abú-l´Abbás ocupó el cargo de califa entre los años 750 y 754, estableciendo la capital, que hasta ese momento era Damasco, en las ciudades iraquíes de Hashimiya primero y posteriormente en Anbar, desplazando así el poder de Siria hacia Irak, y conformando el califato numerosas etnias que tenían en común la fe islámica. Los persas tuvieron participación destacada, incluso política, teniendo gran influencia en el califato abasí. Hasta el año 803 el cargo de visir fue desempeñado por la familia de los Barmécidas, de origen persa.

El segundo califa, fue Abu Yafar al-Mansur, quien gobernó entre los años 754 y 775. Construyó, a orillas del Tigres, la ciudad de Bagdad, que convirtió en capital, colmada de opulencia, de cuya magnificencia podemos hallar testimonio en los cuentos de “Las Mil y Una Noches”. El desarrollo del comercio fue fundamental como fuente de riquezas, controlando las rutas orientales y occidentales. Prosperó la agricultura y se exportaban productos suntuarios. La autoridad de los califas fue cada vez más despótica, respaldados para asegurar el orden, en un ejército poderoso y controlando todas las decisiones del resto de los gobernantes: los emires o gobernadores de provincia, amiles o intendentes de finanzas y los jefes de correos.

En el año 775, su hijo al-Mahdi (775-785), le sucedió en el mando, ejerciendo un gobierno próspero, mejorando la edificación y las industrias. Se enfrentó con resultados positivos, a los bizantinos que pretendían apoderarse de Siria y al guerrero persa al-Muganna, que había conquistado Trasoxania. Al-Mahdi murió enfrentado a su hijo mayor que se opuso al nombramiento como sucesor, de su hermano menor, Harun al-Rashid. Este primogénito, de nombre Musa al-Hadi, asumió el cargo, y luego fue sucedido por su hermano menor, Harun al-Rashid, cuya asunción era el deseo de su padre, quien murió por apoyarlo. Sin embargo, su gobierno no fue lo que seguramente había soñado su ancestro. Si bien la dinastía abasí lució en todo su esplendor, se rodeó de grandes lujos que lo distanciaron de su pueblo.

En su sucesión se enfrentaron sus hijos, al-Mamun, cuya madre era persa y al-Amín, de herencia árabe. El primero triunfó dando muerte a su hermano.

Al-Mamun, fue menos ortodoxo que sus predecesores en materia religiosa y fundó una escuela de traducción donde la literatura clásica fue traducida al árabe. Los mamelucos, esclavos turcos convertidos al Islam fueron autorizados a integrar el ejército.

En Bagdad comenzaron a producirse conflictos internos, agudizados durante el gobierno de al-Mutasin (833-842) sobre todo por no existir un modo definido de sucesión en el poder y por las continuas rebeliones chiítas. Los esclavos turcos formaban la guardia personal del califa, adquiriendo cada vez más poder, lo que motivó las protestas de los habitantes de Bagdad. La capital, fue trasladada de Bagdad a Samarra. El ejército crecía en importancia y en los costos que significaba su manutención, permitiéndose al propio ejército la recaudación impositiva.

La situación de los campesinos era desoladora, por los pesados tributos que eran obligados a abonar, que debían ser en dinero y no en especie, por lo que sus cosechas eran vendidas a precios bajos para poder obtener a tiempo el efectivo, ya que de no hacerlo eran severamente castigados. Esto originó que muchos se unieran a las rebeliones chiítas.

Una rama chiíta fundó una república que a fines del siglo IX comprendía desde Siria y Mesopotamia hasta el golfo Pérsico, extendiendo su influencia hacia el norte de África, instaurando en Túnez, en el año 908, un califato fatimí, llamado así porque decían descender de Fátima, hija de Mahoma. Al conquistar Egipto en el año 969, se instalaron allí, anexando Palestina y un sector de Siria.

Comenzaron a proliferar una serie de califatos independientes, como los de al-Andalus, que se había constituido con los antiguos descendientes de los omeyas, al-Magrib y los persas, en sus territorios establecieron sus propias dinastías. Siria en el año 979, también estableció su propio gobierno, quedando reducido el poder del califato a Irak, que fue conquistada en el año 945, por persas chiítas (los Bulles), desplazando del poder a los abasíes.

Los turcos selyúcidas, islámicos ortodoxos, conquistaron Bagdad en el año 1055, estableciendo un inmenso y poderoso imperio desde su sultanato con sede en Ispahán, significando una amenaza para Europa occidental que organizó contra ellos, la primera cruzada en el año 1096.

Fueron los mongoles quienes terminaron con la vida del último califa abasí, que había logrado arrebatar el poder a los selyúcidas, al-Mú´tasim en el año 1258, al penetrar en Bagdad.

El emir sirio Saladino y sus sucesores, en el año 1260 impidieron la entrada en Egipto de los mongoles, estableciéndose la dinastía mameluca a partir del sultán Baibars, quien puso en el mando un califa abasí en El Cairo, pero dominado totalmente por los sultanes mamelucos. En el año 1517, el califato abasí que sólo en apariencia seguía rigiendo en Egipto, se derrumbó frente a la conquista de los turcos otomanos.