Economía de los aztecas
Como casi todos los pueblos antiguos, los aztecas o mexicas, mientras fueron nómades cazaban y pescaban, pero al encontrar su lugar por designio divino, en el centro del valle mexicano, su base económica residió en la agricultura, aunque también domesticaban animales, como perros y pavos.
No había propiedad privada, al menos para las clases no privilegiadas (eran propietarios solamente el jefe supremo y la nobleza) sino comunitaria de la tierra, asignándose a cada calpulli una parcela para que la trabajen en usufructo. Allí se cultivaba tabaco, maíz, algodón, vainilla, cacao, hortalizas y legumbres. Los menos favorecidos cultivaban las tierras de los nobles, pues no la tenían ni siquiera en usufructo.
En su suelo pantanoso, lo más utilizado como técnica de cultivo fueron las chinampas, balsas de tierra que flotaban en los lagos, y adherían con plantas al fondo lacustre, aprovechando su humedad, para cultivar encima de ellas.
Fueron alfareros, orfebres, ceramistas y tejedores de excelencia. Trabajaron piedras y metales preciosos, especialmente oro, plata y cobre, con fines de joyería, usando técnicas como el laminado, la filigrana o la fundición a la cera; y curtieron pieles. Todavía pueden apreciarse mosaicos de turquesas recubriendo figuras sagradas, entre ellas, la serpiente. La escultura fue su mayor expresión artística, con el uso del relieve y el bulto redondo, plasmando en ellas sus sangrientos rituales y la muerte, por ejemplo, la de la diosa “Coatlicue” o “señora serpiente”, con una falda confeccionada con esos reptiles, y sus miembros como garras; otro ejemplo es la “Piedra del Sol”.
Los productos se intercambiaban en los mercados “tianquiztli”, usando el sistema de trueque ya que no conocían el dinero, aunque algunos elementos hacían sus veces, como los granos de cacao o las mantas finas. Los “pochtecas” eran quienes se dedicaban a vender en las distintas zonas del imperio, e incluso traspasando las fronteras.
Otra fuente de ingresos de tipo público era el fuerte sistema tributario, impuesto especialmente a los pueblos que vencían, que eran aproximadamente trescientos.