Edicto de Milán
El Edicto de Milán fue proclamado en el 313 por Constantino y Licinio, ambos reunidos en la ciudad que lleva su nombre. Dicho edicto estaba destinado a terminar con las cacerías y luchas en contra de los cristianos.
Si bien la religión cristiana será distinguida de las creencias arrianas a partir del Concilio de Nicea en el 325, y oficializada por Teodosio I a través del Edicto de Tesalónica (380), el fin del acosamiento perseguía la reunificación y fortalecimiento del poder, amenazado por el constante crecimiento del cristianismo.
Galerio terminó con las persecuciones infligidas a los cristianos a través del “Edicto de Tolerancia Nicomedia”. Aún así, existía un constante enfrentamiento entre los dos emperadores cuyo objetivo era unificar el poder del Imperio en una sola persona. Es así como Licinio había permitido a su milicia la persecución de cristianos, desobedeciendo el edicto promulgado por Galerio. La finalidad de Licinio era la de ganar el favor de su ejército. La consecuencia directa fue la conversión de algunos soldados y la pérdida de la vida de muchos cristianos.
Cuando se establece el edicto, el Imperio contaba con, aproximadamente, siete millones de habitantes (sobre cuarenta y cinco, aproximadamente) que profesaban el cristianismo, sumando a ello, mas de mil sedes religiosas.
Lo acordado en Milán llega al presente en virtud de las cartas enviadas a los gobernadores provinciales por Licinio en Oriente. En la primera parte se establece la libertad de religión, y por ende, el derecho de los cristianos a ejercer esa libertad. Cabe aclarar que el edicto no es privativo para los cristianos, sino que autoriza a la libertad de religión dentro del Imperio.
En segundo lugar, se les devuelve a los cristianos sus lugares de reunión y culto, como así también los edificios confiscados.
Desde el punto de vista del cristianismo, la legalización de su credo proveyó a las iglesias de las mismas ventajas económicas que otras religiones.
De esta manera, el paganismo deja de ser la religión oficial de estado, contribuyendo a un paulatino fortalecimiento de la Iglesia que comenzó a expandirse, logrando su máximo poderío a lo largo de toda la Edad Media.