Los dioses egipcios
En los tiempos anteriores a su radicación en el valle del río Nilo, cuando se trataba aún de un pueblo errante, rindieron culto a las fuerzas naturales.
La Gran Diosa Madre, encargada de otorgar vida al universo, fue la diosa de la fecundidad. Surgieron así muchas diosas, que marcan la característica matriarcal de esta etapa, donde la familia, al no ser estable se nuclea en torno a la figura materna.
Así la diosa de la tierra, es representada como una serpiente, la Diosa del cielo, con forma de ave, y el “árbol de la vida”, como símbolo de la Diosa de la vegetación. Surge Athor, cuya forma es la de una vaca, animal prolífico, símbolo de la continuidad vital.
Al asentarse en el valle del Nilo, la sociedad egipcia se consolida como sistema patriarcal, y ya la fecundidad se asocia a la figura masculina, expresada en un toro. Este Dios, al principio tiene varias esposas, para luego, consolidarse la creencia de una pareja monogámica de dioses, de cuya unión nace un tercer Dios, formando una tríada.
Cuando los distintos grupos en que se dividía la población (nomos), comienzan a unirse, sobre todo por conquista, los vencedores imponen sus creencias, apareciendo un Dios, que tiene preeminencia sobre los dioses locales. Así surge Atón, dios del Universo, y como símbolo femenino, en reemplazo de la diosa madre, surge Osiris, diosa universal de la fecundidad, la vida y la muerte.
La creación habría sucedido así: En el principio existía el caos, simbolizado por el dios Nun. Atón, fuerza generadora del universo, se hallaba diluido en ese caos, pero al tomar conciencia de sí, da origen a Atón-Ra, que sale del caos, para organizar el universo. Para ello, separa el aire (shu) del fuego (tefnut), que originan a Geb, dios de la tierra y a Nut, diosa del cielo, que engendraron a Osiris, dios de la vegetación y la fecundidad, a Isis, símbolo del agua y de la tierra fecundada, a Seth, dios del desierto y la esterilidad y a Neftis, hermana y doble de Isis.
No hubo una religión egipcia, sino múltiples dioses, que coexistían, siendo el faraón el sumo sacerdote. Mucho de sus dioses eran representados con figuras de animales (zoolatría) y en otros casos se divinizó a seres humanos.
Al principio los gobernantes egipcios habrían sido los mismos dioses, siendo Horus, el último Dios-rey.
Al unificarse Egipto, cuando se produce la fusión del Alto y el Bajo Egipto, los faraones de las tres primeras dinastías, que pertenecían al Alto Egipto, impusieron su Dios, adorado seguramente en sus orígenes como tótem. Se trataba de un halcón llamado Horus, nombre que adoptaron los faraones, al considerarse sus hijos.
La ciudad santa del nuevo estado fue Menfis, donde se hallaba el templo de Ptah, carpintero divino.
Otro santuario importante, fue el de On, al que que los griegos denominaron Heliópolis (ciudad del Sol) y que existía antes de la unificación egipcia. Allí estaba el obelisco, que contiene la idea del Todo, desde el Sol hasta el suelo y el árbol sagrado de la Persea, con hojas alargadas y frutos de forma acorazonada, representativo de a palabra y el pensamiento. Su divinidad era Ra, dios del Sol.
Tanto Ptah como Rah, carecían de iconografía, aunque a Ra suele asociárselo con el león, que asemeja con su cabellera, los rayos solares.
En la zona del delta, surgió como creencia, el mito de Osiris, que se remonta al año 6000 a. C., cuando el Nilo separaba dos zonas del delta, una árida, llamada reino del Junco, gobernado por Set y otra fértil, el reino de la Abeja, cuyo rey era Osiris. Ambos gobernantes eran hermanos, al igual que sus esposas. Preso de sus celos, Set, tendió una trampa a Osiris, invitándolo a una fiesta, durante la cual le realizó una apuesta, que consistía en caber en una caja. Una vez que su hermano estuvo adentro, Set, cerró la tapa y la arrojó al Nilo, muriendo Osiris ahogado. Pero su esposa, llamada Isis, lo halló en Biblos (Fenicia), y logró revivirlo con conjuros mágicos.
Volvieron al delta y perdonaron al asesino quien aparentemente arrepentido los invitó a una nueva celebración. Esta vez la crueldad de Set fue en aumento, ya que no sólo lo mató sino que separó su cuerpo en partes, arrojándolas separadas en lugares distantes.
Una de las partes, arrojada al Nilo, fue comida por un pez, y eso imposibilitó a Isis, poder reunir el cuerpo completo, para volverlo a la vida. Unido con vendas, fue recibido el Oeste, reino de los muertos, donde se convirtió en el Dios juzgador de la bondad de las almas, a las que pesaba en una balanza. Si el alma hace caer la balanza, su castigo será ser devorada por el hipopótamo Amit.
Sin embargo, las almas liberadas, necesitaban para alcanzar la inmortalidad, poder integrase al cuerpo, que debía estar embalsamado. Junto al cadáver se depositaba, el “Libro de los muertos”, escrito en papiro, donde existían conjuros enigmáticos enseñados por Isis, para ayudar a los muertos en el juicio final.
La creencia en Osiris se mantuvo durante las tres primeras dinastías, pero luego fue reemplazado en su superioridad por Ra. A partir de esta etapa, cambian los ritos funerarios, dejándose de enterrar los muertos en tumbas subterráneas, para comenzar la construcción de pirámides.
El primer faraón de la IV dinastía, Keops, realizó una pirámide, a la que llamó Khut o Gloriosa, que abarcó casi tres hectáreas, usándose tres millones de metros cúbicos de piedra. La pirámide de Ur, la Grande, fue obra de su sucesor, Kefrén. Al pie de cada pirámide, los faraones hicieron construir un templo para las honras funerarias de los allegados, y un recinto menor, un poco más alejado, destinado al culto público. Sin embargo, no se apartaron del todo del culto de Osiris, construyéndose estatuas del farón, como modo de supervivencia.
Con la adopción de Ra como Dios supremo, comenzó una teoría del pensamiento en las clases superiores que no se extendió al resto de la población que permanecía en una instancia mágica.
Luego de la expulsión de los hicsos, que habían invadido Egipto, en el año 1580 a. c. asumió Amosis I, gobernador de Tebas, iniciándose la XVIII dinastía, pasando a ser Tebas, la capital de Egipto. Este faraón logró expulsar a los invasores hasta el Sur de Palestina, atribuyéndose esa suerte a la ayuda del Dios Amón, protector de Tebas, simbolizado con un carnero como animal y humanamente como un ser siempre joven, teniendo en su cabeza un casco con un enorme plumaje, el que se convirtó en Dios supremo, acompañando las campañas de conquista.
El faraón Amenhotep IV, asumió el poder en el año 1372 a. C., teniendo como idea central de su política, erigir un único Dios: el dios Sol: Atón. Adoptó el nombre de Ajnatón, cuyo significado es el de “Atón sea loado”, ordenando que se adorara a este Dios único, destruyendo los antiguos templos y trasladando la capital de Tebas a Tell al-Amarna, un lugar situado más al Norte. El pueblo se resistió a adoptar la nueva fe, lo mismo que los sacerdotes. Su sucesor, Tutankhamón, que significa “la imagen viviente de Amón”, restauró el culto nacional, volviendo Tebas a ser la capital de Egipto.