La batalla de las Termópilas
Esta famosa batalla que enfrentó las dispares fuerzas de la alianza griega comandadas por Atenas y Esparta contra los invasores persas tuvo lugar en un desfiladero situado en la Grecia central en el 480 A.C.
Los griegos se habían extendido hasta las costas de Asia Menor afectando los intereses del Imperio persa, que siguiendo el sistema instaurado por Ciro II, el grande las controlaba por medio de sátrapas, pero les concedía autonomía política. Sin embargo los sojuzgados griegos no se conformaban con el dominio persa y las sublevaciones comenzaron.
A pesar de haber ganado algunas batallas, los griegos colonizados, temerosos de las represalias persas, pidieron la intervención de los griegos peninsulares. Esparta no respondió al llamado y solamente Atenas emprendió la guerra Persia, iniciándose las Guerras Médicas.
La respuesta de Jerjes I, soberano persa, no se hizo esperar. Decidido a terminar de tajo con el problema, armó un poderoso ejército para acabar con las sublevaciones en las colonias y conquistar la Grecia continental para que, en lo futuro, no apoyaran a los colonos.
El temor de la invasión impelió a Atenas a buscar alianzas con otras polis de la Grecia peninsular, particularmente con Esparta y Tebas. Los espartanos, que estaban celebrando sus fiestas sagradas no acudieron a la defensa de Atenas, puesto que ellos no tenían posesiones en Asia. Los atenienses salieron prácticamente solos a enfrentar a los persas, logrando una aplastante victoria en el 490 A.C., durante la famosa Batalla de Maratón, distante apenas cuarenta kilómetros de Atenas.
La respuesta de Jerjes no se hizo esperar y al mando de su poderoso ejército se dirigió implacable hacia la Hélade. La peligrosa situación hizo que las polis griegas en conjunto, incluso las que estaban enfrentadas, pactaran la paz para unirse en contra del enemigo persa.
El primer enfrentamiento tuvo lugar en las Termópilas («fuentes hirvientes») un lugar situado en la Tesalia, de difícil acceso y con problemas estratégicos para ambos bandos. La alianza de griegos compuesta por 500 hombres de Tegea, 200 de Fliunte, 400 de Corinto, 500 de Mantinea, 120 de Orcómeno, 700 de Tespis y 400 de Tebas además de mil hoplitas de la Arcadia.
Por Esparta sólo luchaban 80 soldados de Micenas y 300 hoplitas que provenían de otras regiones de la Laconia, lo que los convertía en la presencia militar más pequeña por parte de los griegos, pero conformada por soldados disciplinados y bien entrenados.Gracias a su experiencia, la liga griega puso en manos de los preparados laconios la defensa de la Hélade.
El ejército persa, en cambio, estaba bien pertrechado y conformado por aproximadamente doscientos mil guerreros (según cálculos modernos), aunque las fuentes griegas mencionan desde doscientos cincuenta mil hasta un millón. De cualquier manera, la diferencia entre ambos ejércitos era numéricamente muy desproporcionada y en términos de preparación militar, abismal.
El conocimiento del emplazamiento de guerra y la técnica de falange le daban a los griegos una mínima ventaja estratégica. Las armas griegas eran más prácticas y ligeras.
Jerjes fue el más sorprendido con la respuesta griega. Hasta el último momento no creyó que tuvieran la presencia de ánimo para presentarle batalla en condiciones tan dispares. Hizo un último intento por conseguir el sometimiento griego sin enfrascarse en una sangrienta guerra: envió a un propio exigiendo a los griegos la entrega de sus armas para ser arrasados. La respuesta del espartano Leónidas, comandante de la liga griega sorprendió por el laconismo propio de su región: “Molón Labé” (Ven por ellas), frase que decidió el inicio de la batalla.
La primera escaramuza se decidió del lado de los griegos que resistieron el embate de las poderosas tropas persas con bajas mínimas, mientras que los confiados persas, tuvieron más muertos -en proporción numérica con el ejército griego- lo que bajo el ánimo de sus tropas.
Jerjes, urgido por terminar el conflicto envió a su mítico ejército de los diez mil inmortales, conformado por soldados entrenados al más alto nivel. Se le conocía como los inmortales, impidiendo que el número de “inmortales” disminuyera. Sin embargo, la situación no se modificó. Las persas comenzaban a desconfiar de su triunfo y los griegos no daban signos de darse por vencidos. Jerjes recibió la ayuda para cambiar el estado de cosas de donde menos lo esperaba: un griego.
Efiates, un soldado griego sobornado, le mostró a los comandantes de Jerjes la manera de romper el cerco griego: un camino que rodeaba el lugar donde estaban acantonados los espartanos de Leónidas, quienes mantenían la defensa de Las Termópilas. Jerjes lanzó a sus ejércitos contra los lacedemonios El camino estaba salvaguardado por soldados de la Fócide, que al ver la magnitud de las tropas de Jerjes, se retiraron sin presentar pelea.
Leónidas se dio cuenta muy tarde del movimiento de los persas. Convocó a un consejo de guerra con los generales griegos y les propuso, a quienes quisieran retirarse, hacerlo en ese momento, pues después no habría modo de abandonar la región. Los atenienses se retiraron y sólo quedaron al lado de los espartanos parte del ejército de Tespis y de Tebas.
Al cuarto día de iniciada la batalla, Leónidas y sus valientes soldados se entregaron ardorosamente a la batalla decididos a vender cara su victoria. Jerjes no tuvo más remedio que indicar a sus arqueros acabar con ellos a la distancia pues seguían matando grandes cantidades de soldados persas. Leónidas cayó con sus hombres, atravesado por las flechas persas.