El Éxodo
Se conoce con este nombre a la salida del pueblo hebreo de Egipto, liberándose de las ataduras de la esclavitud, tomando conciencia de su identidad como nación hacia la búsqueda de la tierra prometida por Dios, para fundar su propio estado en Palestina.
El Antiguo Testamento relata esta aventura, que llevó cuarenta años, dirigiéndose, bajo el liderazgo de Moisés, a esas tierras sagradas, que pertenecían al Faraón.
Este Faraón no es identificado en la Biblia, y no existe coincidencia entre los historiadores, que debaten entre si se trató de Amenofis II o de Meremptah, que sucedió a Ramsés II. Otros sostienen, basados en los escritos bíblicos, que se trató de la época de Tutmosis III, ya que las Sagradas Escrituras, haciendo referencia a la construcción del Templo por parte de Salomón, lo ubican en los 480 años posteriores al éxodo de Egipto. Tomando esta referencia sitúan la fecha de la salida de Egipto en el año 1447 a. C.
El pueblo de Dios, fue sometido a la esclavitud por los egipcios, hasta que apareció una figura mística entre los miembros de su pueblo, Moisés, rescatado por los propios egipcios de las aguas del Nilo, donde había sido arrojado para salvarle la vida, en la siguiente circunstancia:
La población hebrea en Egipto creció considerablemente, y se ordenó la matanza de los niños de ese pueblo para evitar que el aumento poblacional desmedido, hiciera que escaparan a un estricto control. Es así como Moisés fue colocado en una cesta y arrojado al río de donde fue rescatado por la hija del faraón que lo crió, como su propio hijo.
Moisés o Mesu, había originariamente pertenecido a la tribu de Leví, y los egipcios se preocuparon que su educación fuera de excelencia. Siendo ya mayor, tuvo una participación destacada en la expulsión de los etíopes que habían penetrado en Egipto, persiguiéndolos hasta la capital de Etiopía, Meroe, donde fue designado virrey del faraón. En ese lugar desposó a una mujer etíope. Este hecho mereció la reprobación posterior de su pueblo, durante su estadía en el desierto, según la Biblia de labios Miriam y Aarón.
Siendo designado general del faraón, regresó a Egipto, y vio por casualidad el castigo al que era sometido un esclavo hebreo. Preso de una furia inusual, asesinó al egipcio, motivo por el cual debió huir de Egipto, dirigiéndose hacia el monte Sinaí, donde entró en contacto con su propio pueblo y sus orígenes.
En el desierto Moisés, se identificó con los semitas y se casó con la hija de Jethtro, un jefe beduino, llamada Ziporá, que le dio dos hijos.
Tras una zarza en llamas, que no se quemaba, en el monte Horeb, Moisés encontró a Dios en pleno desierto, presentándose ante él como Iavé, Jahvé o Jehová, un Dios único y todopoderoso, que le otorgó poderes sobrenaturales.
Iavé le ordenó a Moisés que regrese a Egipto, solicite permiso a las autoridades egipcias y emigre a través del desierto, con su pueblo, hacia Palestina.
Siguiendo el mandato divino, Moisés abandonó a su esposa y sus hijos y regresó a Egipto. La decisión no fue fácil, ya que primero intentó regresar con ellos, pero Dios lo impidió tratando de matarlo. Vano fue que su mujer circuncidara a sus hijos para apaciguar la ira del Creador, y debieron separarse.
Al llegar a las inmediaciones de Egipto, se entrevistó con Aarón, un pariente de su misma tribu, que lo ayudó a preparar el plan para la retirada masiva hacia Palestina.
El pueblo creyó el relato de Moisés sobre el mandato de Iavé, y decidió acompañarlo en la travesía, pero el Faraón se rehusó a dejarlos salir y debió soportar la furia de Dios, que le envió doce plagas. La última fue la más cruel, atacando las casas egipcias y evitando las marcadas con sangre de cordero, que indicaban que pertenecían a los hebreos.
Luego de este acontecimiento el faraón permitió la salida de los hebreos de Egipto pero luego cambió su actitud, presionado por un grupo de nobles, y envió un ejército para detenerlos. En el mar Rojo, la naturaleza ponía una barrera al paso de los israelitas, pero Jehová estuvo otra vez para protegerlos. El mar abrió sus aguas para permitir el paso de Moisés y sus hombres, y cuando estos los hubieron atravesado, el mar se cerró tras ellos, atrapando al Faraón y a su ejército, que quedaron sepultados junto a sus ansias de dominio sobre el pueblo Elegido.
Desadaptados a la vida nómade fue muy difícil el tiempo en el desierto, que duró demasiado, quizás esperando las condiciones propicias para ingresar a Palestina, que era una provincia egipcia, habitada por cananeos e hititas, que seguramente recibirían la ayuda del Faraón si los hebreos trataban de ingresar allí.
Unidos por un profundo sentimiento religioso común, adoptando el Dios único de Abraham, soportaron las penurias y largos ayunos. La fiesta de Pesaj, donde se consume pan ácimo, llamado matzá, elaborado a base de una mezcla de harina y agua, sin levar, rememora los penosos días del éxodo. Dios proveyó de alimentos, el Maná, a su pueblo, que llovía desde el cielo, y de agua que brotaba de una roca
En el desierto, el líder hebreo, recibió la visita de Jethro, su suegro, sacerdote del Sinaí, de su esposa y de sus hijos. Jethro aconsejó a Moisés otorgarle a su pueblo un código de leyes, y la designación de jueces para impartir justicia.
Llegados al Monte Sinaí, Moisés es llamado por Jehová, quien le dio a conocer sus instrucciones a través de dos tablas.
Cuando Moisés bajó del Monte Sinaí encontró a su pueblo adorando un becerro de oro, lo que lo hizo montar en cólera. Volvió a la cima del Monte, y allí Jehová le entregó los Diez Mandamientos, que fueron aceptados incondicionalmente por su gente.
Además, se le ordenó la construcción de un Tabernáculo, que sería el lugar donde descansaría la Torah, o reglas que contenían toda la doctrina y enseñanzas del pueblo judío.
En el desierto de Moab, llegando a Canaán la tierra prometida, murió Moisés, siendo enterrado según la Biblia, por el propio Iavé.
Llegados a Palestina, lentamente se fueron infiltrando, aparentemente sin guerras, resistiendo solo los cananeos y los filisteos, entre los que se destacó el gigante Goliat, vencido por David.
Radicados en Canaán, formaron allí una federación política y religiosa. Cada tribu tenía un jefe, y sólo en casos de conflictos se nombraba una autoridad común, que fueron los jueces.
La religión egipcia no tuvo influencia en el pueblo hebreo pero sí muchas de sus costumbres. Ya radicados en Palestina, Salomón contrajo enlace con una princesa egipcia y algunos edificios conservaron rasgos egipcios.