Ciro II, El Grande
Conocido como Kourosh en persa y como Kouros en griego, Ciro II fue el primer emperador de la dinastía aqueménida. Nació en el 580 A.C. y logró unificar a los dos pueblos más poderosos de la región, los medos y los persas, creado así lo que serían los cimientos del pujante Imperio Persa.
Notable conquistador, famoso por lograr mantener el control y la hegemonía de uno de los imperios más grandiosos que han existido, Ciro II también es recordado como un gobernante justo y magnánimo que era extremadamente tolerante con los pueblos que conquistaba.
Tras la victoria sobre La Media, organizó a la clase gobernante para su nuevo reino, incorporando a nobles medos y persas como oficiales civiles. Completada la conquista de Asia Menor, lanzó a sus ejércitos hacia las fronteras orientales, tomando bajo su dominio a Hircania, Partia, Drangiana, Arachosia, Margiana y Bactria. Después de cruzar el río Oxus, construyó pueblos fortificados para que sirvieran como frontera entre su imperio y las tribus de invasores nómadas procedentes de Asia Central. Las victorias de Ciro en el Oriente le dieron el poder suficiente como para pensar en acrecentar su reino hacia el Occidente: Babilonia y Egipto fueron su siguiente objetivo.
Ciro procuró establecer siempre en sus nuevos dominios lo que se conocía como “Paz aqueménica” donde conciliaba los intereses persas con los del pueblo sometido para hacer menos dolorosa y humillante la conquista. Parece ser que el término “ecuménico” deriva justamente de esta práctica. Tras la conquista de Babilonia, fue recibido por la comunidad hebrea como su libertador y es que ya tenía la bien ganada fama de ser un emperador siempre tolerante y respetuoso de todas las creencias religiosas y costumbres culturales, cualidades que le valdrían el respeto y homenaje de los pueblos a los que gobernó.
La victoria sobre Babilonia expresa de manera clara las facetas de la “política de reconciliación” instaurada por Ciro: No se presentó a si mismo como un conquistador sino como un libertador y el legítimo heredero del imperio babilónico, tomando el título de “Rey de Babilonia” y “Rey del mundo”.
Ciro no tenía la intención de ceñir a los pueblos conquistados a un molde, por el contrario, tenía la inteligencia de hacer pequeños ajustes sin hacer cambios sustanciales a las instituciones de cada reino que se iba sumando al Imperio persa.
En el 537 permitió la salida de Babilonia de más de 40,000 hebreos con destino a Palestina. Este pueblo buscaba regresar a lo que consideraba su Tierra Prometida. El paso dado por Ciro con esta liberación masiva, coincidía con su política de “llevar la paz a la humanidad”.
Ciro es retratado por historiadores como Jenofonte y Herodoto como un gobernante honesto, un gran líder y un hombre generoso y benevolente. Los helenos, a quienes conquistó, lo llamaban “Dador de leyes” y los hebreos lo consideraban un “Ungido del Señor”.
En el sistema de gobierno de Ciro, se designaban sátrapas que lo representaban en cada provincia conquistada y tenían presencia en las decisiones de los gobernantes locales, sobre todo en cuestiones administrativas, legislativas y culturales. De acuerdo a Jenofonte, el primer sistema postal fue idea de este notable emperador para tener comunicadas sus provincias y bajo control a todos sus sátrapas.
En el 530 A.C. tras ungir como “Rey de Babilonia” a su hijo Cambises y dejarlo a cargo de la administración del imperio, partió a combatir a los belicosos escitas. Construyó Cirópolis (Kurushkatha) antes de morir, derrotado por Tomiris, reina de los escitas masagetas.
Su política de tolerancia y respeto, así como su manera de gobernar le valieron el mote de El Grande Sus sucesores aqueménidas, particularmente Darío I, siguieron el modelo de gobierno de Ciro II.