La Argentina Agroexportadora
El comienzo de esta etapa puede ubicase cronológicamente en el año 1880, con un gobierno conservador, sostenido en base al fraude y al principio de autoridad, sobre la estructura política del Partido Autonomista Nacional (PAN).
Si bien la exportación había comenzado ya desde la etapa virreinal, luego del inicio de la vida independiente, con el desmembramiento del virreinato del Río de La Plata, se perdieron las exportaciones provenientes de las minas de Potosí, pasando a ocupar el primer lugar como materias exportables, los cueros, la carne salada y el sebo. Se importaba harina de Estados Unidos, vinos de Europa Mediterránea, y textiles de Gran Bretaña.
El crecimiento de la economía fue notable a partir de 1870. Las mejoras técnicas hicieron posible un transporte más ágil y a menor costo. El comercio exterior ofrecía cifras contundentes. En 1870 el ingreso por exportaciones en argentina, era de treinta millones de pesos oro. En 1914, se había incrementado a trescientos cincuenta millones. Las importaciones tuvieron un ritmo similar. De cuarenta y nueve millones, en 1870 a doscientos setenta y dos millones, en 1914. En el mismo período se pasó de medio millón de hectáreas cultivadas, a veinticuatro millones. La Revolución industrial que se había desplegado principalmente en Inglaterra, convirtieron a Argentina en proveedora de la materia prima para sus manufacturas.
Los principales productos exportables eran en 1880, cuero, carne salada y lana. En 1890, comenzaron a exportarse cereales, especialmente, trigo, maíz y lino, dato especialmente relevante si tenemos en cuenta que hasta 1870, la Argentina debía importar trigo. Esto se vio favorecido por la ampliación de la frontera, con tierras quitadas a los aborígenes.
La necesidad de contar con esas tierras era un común denominador en el pensamiento de los hombres destacados de la época, aunque con variantes. Así José Hernández, en “Instrucción del Estanciero” (1882) afirmaba que “no hay derecho para expulsar a los aborígenes de sus tierras y mucho menos de exterminarlos”, Alberdi, por el contrario, sostenía que era mucho más eficaz que esas tierras estuvieran en manos de alemanes, franceses y suizos, en vez de que las posean los indios salvajes. La adquisición e incorporación de esas tierras a la producción era un requisito de la nueva argentina agroexportadora. La llegada de mano de obra proveniente de la inmigración europea (Ver artículo sobre “la inmigración en la Argentina”) concurrió a favorecer el proyecto.
La discusión se centraba en si convenía que Argentina fuera productor de materias primas o se iniciara en ese país el proceso de industrialización. Se optó por elegir la teoría inglesa sobre la división internacional del trabajo. En Argentina se proveería materia prima para ser manufacturada en Europa, ya que establecer industrias tenía una gran inversión, y necesitaba de mucha experiencia, que no se tenía en el país. Se consideró que la ganadería se reproducía por sí sola y no había diferencias en las ganancias, ya que la industria, al principio ocasionaba pérdidas por los altos costos de producción.
Convencidos que la agricultura y la ganadería serían fuente de la eterna riqueza argentina, Sarmiento promovió una educación especializada en agricultura y minería, y no la educación técnica. Para Sarmiento no estaban dadas las condiciones para industrializar el país, por la falta de carbón, de leña e incluso tradición industrial. Aseguró que podrían instalarse fábricas en el futuro, con personal extranjero capacitado.
Entre las opiniones minoritarias en favor de la industrialización se contó la de Pizarro, ministro de Roca, quien expuso que no fabricar en el país era crear una dependencia vasallática con el extranjero. El tiempo le otorgó la razón a este visionario, pero en el momento, sus contemporáneos no lo escucharon, estableciéndose una alianza con Inglaterra, donde Argentina producía la materia prima y se la vendía a Inglaterra, y ésta, a su vez, vendía a Argentina productos de consumo.
En 1876, se exportaron siete mil seiscientas cuarenta y dos toneladas de maíz a Gran Bretaña y la primera exportación de trigo fue efectuada en 1878. Los estados extranjeros, sobre todo Gran Bretaña, apoyaron esta expansión mediante empréstitos, que fundamentalmente fueron invertidos en ferrocarriles y en el sector financiero, otorgando préstamos para inversiones. Los ingleses también invirtieron en tranvías, agua corriente y frigoríficos. A los cereales se le añadió la exportación de carne congelada, al avanzar las técnicas de refrigeración. Luego se exportó carne enfriada.
En el despegue de Argentina como “el primer granero del mundo” tuvo un papel destacado el ferrocarril, cuyo primer exponente se inauguró en Buenos Aires en 1857. Éste permitió la comunicación entre zonas productoras del interior y los centros urbanos.
La red ferroviaria se extendía desde los puertos, sobre todo el de Buenos Aires, hacia el interior de la República. El crecimiento fue destacable. En 1880, había dos mil quinientos kilómetros de líneas férreas. Al ferrocarril de oeste que pertenecía a la provincia de Buenos Aires, se le añadieron, con capital británico, el Sur y el Central Argentino, que unió Rosario con Córdoba, y más tarde, con Tucumán. En 1914 el recorrido se había elevado a treinta y tres mil quinientos kilómetros.
Paralelamente al despegue económico, hubo un gran crecimiento urbano, sobre todo en Buenos Aires, Rosario, Mendoza, Córdoba y San Miguel de Tucumán, que obligó a la realización de una gran obra pública de servicios.
El sector industrial no tuvo el mismo desarrollo, concordantemente con las ideas planteadas. Surgieron algunas industrias locales, para satisfacer la demanda concreta de esas localidades, comprendiendo el rubro alimentario, de bebidas y la industria textil, algunas mueblerías y talleres mecánicos. Las que mayor ímpetu cobraron fueron las destinadas a satisfacer la demanda exterior, como los frigoríficos y los molinos harineros. Durante el gobierno de Sarmiento prosperaron la industria vitivinícola y azucarera, las jabonerías y las fábricas de ropa. En 1875, se creó el Club Industrial, para proteger la industria local.
El sector ganadero también cambió. Los vacunos dejaron paso a los ovinos, como principal ganado de exportación.
Pero este período de bonanza no duró demasiado. En 1890, ya apareció el problema de no poder asumir los compromisos contraídos en el pago de la deuda externa. Esto fue superado, pero la dependencia con Europa era demasiado estrecha y los vaivenes en ese continente afectaban demasiado la economía local. Esto se demostró con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Entre 1914 y 1919, la mayoría de los estados buscaron volver a la situación económica anterior a la guerra. Se alcanzó el objetivo, pero entre los años 1929 y 1930, sobrevino una crisis mundial, que trajo como consecuencia una gran depresión. La Segunda Guerra Mundial, hizo cambiar nuevamente la mirada hacia la economía. La iniciativa privada y liberal fue reemplazada por una intervención estatal reguladora, creándose además instituciones financieras que actuaran a nivel internacional.
Los países desarrollados se beneficiaron ampliamente, creando una gran brecha con los países pobres. Argentina, al verse privada de la demanda de sus materias primas y de la importación de productos industriales, por la crisis europea, hizo nacer una industria local destinada a la “sustitución de importaciones”, pero con gran dependencia del exterior, con respecto a los bienes de capital, como por ejemplo, las maquinarias. Los comerciantes exportadores, que habían acumulado cierta riqueza, los terratenientes de La Pampa y capitales ingleses, estadounidenses y alemanes favorecieron la aparición de estas industrias, con fuerte intervención estatal.