El imperio alemán
Entre 1871 y 1918 tuvo lugar en Alemania uno de los períodos históricos más importantes: la construcción del imperio alemán a partir de la unificación de Alemania alrededor del estado de Prusia y con la entronización de Guillermo I de Prusia como emperador en 1871. Este período termina con la proclamación de la república alemana y la abdicación del emperador Guillermo II en noviembre de 1918.
El verdadero artífice del imperio alemán fue el canciller prusiano Otto von Bismarck, un político autoritario con quien Alemania dejó de ser un estado liberal y democrático, volviéndose una auténtica potencia tras una serie de guerras contra Dinamarca, Austria y Francia para recuperar estados que consideraba perdidos. Bismarck unificó Alemania alrededor de la hegemonía prusiana y congregando alrededor de esta a Baviera, Wurtenberg y el gran ducado de Baden.
En 1871, en pleno asedio de la ciudad de Paris, los alemanes confederados y sus aliados del sur proclaman el imperio alemán y coronan a Guillermo I de Prusia como emperador en el salón de los espejos del Palacio de Versalles, acto que constituiría una humillación total para los franceses que fueron vencidos poco después.
Una vez proclamado el imperio, la primera tarea de Bismarck como nuevo canciller fue esbozar el plan general de la Constitución del Imperio. El canciller también organizó el cuerpo diplomático y el Parlamento (Reichstag). En el nuevo imperio el poder estaba dividido entre el emperador, que detentaba el poder ejecutivo, con el canciller (kaiser) y el consejo federal de los diputados (Bundesrat) que serán los encargados de legislar. Aunque oficialmente el canciller era un secretario de gabinete del emperador, en la práctica detentó un enorme poder, haciéndose cargo de asustos como la guerra, las finanzas, la política exterior. La cámara admitía las nuevas leyes, pero era el canciller el único facultado para proponerlas.
Prusia dominaba el panorama del imperio, a pesar de que los acuerdos marcaban la misma altura política entre todos los estados que lo conformaban, dado que era el estado alemán más grande y económicamente más sólido del imperio. La corona del imperio quedó en manos de la familia Hohenzollern, reyes prusianos. El canciller del imperio, además, era el primer ministro prusiano ejerciendo ambos cargos de manera simultánea.
Guiado por Bismarck, el imperio se convirtió en una potencia mundial. De ser un grupo de treinta y nueve estados separados por largas guerras locales, el llamado “canciller de hierro” había logrado la lealtad de la mayoría de ellos. Una enorme expansión económica siguió a esta unificación.
Las dos fuentes de riqueza más importantes del imperio fueron el carbón y el acero, multiplicado la producción en más de un mil por ciento en treinta años en el caso del acero y de un quinientos por ciento con el carbón. Alemania comenzó a exportar maquinaria y productos químicos. La industria alemana era, para 1914, la segunda más pujante del mundo después de la norteamericana.
Como constraste, el campo alemán estaba casi abandonado y sus trabajadores en la ciudad vivían en condiciones deplorables: explotados en jornadas de 12 a 14 horas, sin vacaciones ni descansos, lo que devino en una serie de protestas y levantamientos sofocados violentamente casi todos. En 1912, el partido social demócrata de tendencia marxista adquiere fuerza mayoría. Para Guillermo II, el rol del ejército ante la creciente presencia marxista es un asunto prioritario: “Nacimos uno para el otro. Nada nos podrá separar” llegó a decir en un discurso.
El estallamiento de la Primera Guerra Mundial en 1914 cambió todo el panorama. Al iniciarse la movilización de las fuerzas armadas rusas en apoyo de los serbios contra el imperio austrohúngaro, Alemania, aliada de este último, se vio obligada a declararle también la guerra a Rusia. En 1918 termina la hegemonía de Hohenzollern con la derrota del imperio alemán y el inicio de la República de Weimar, tras la firma de el famoso Tratado de Versalles, cuestiones que supusieron el fin del imperio. Alemania de nuevo se verá dividida.
Por años, bajo la República de Weimar, se intentó reinstaurar el imperio sin éxito alguno, bajo el nazismo se prohibieron las manifestaciones pro-monárquicas tras el atentado del noble alemán Claus Von Stauffenberg contra Hitler. Tras la Segunda Guerra mundial algunos grupos políticos siguieron intentando, sin lograrlo, la vuelta del imperio alemán.