La Inmigración en la Argentina
En la segunda mitad del siglo XIX, Europa se vio profundamente transformada por dos revoluciones, la industrial y la francesa, que originaron un gran crecimiento demográfico.
La tecnología surgida con la revolución industrial, permitió que los recursos se independizaran de las catástrofes naturales. Se produjeron mayor cantidad de alimentos y progresó la medicina, cuya consecuencia fue la disminución de la tasa de mortalidad.
La gente comenzó a movilizarse con mayor facilidad gracias a los ferrocarriles y a la navegación a vapor. Por esa razón, la gente comenzó a trasladarse hacia lugares que les permitieran obtener trabajo y mejores condiciones de vida. Primero los desplazamientos se produjeron dentro del continente europeo, pero luego se produjo la migración ultramarina, que los llevó a afincarse en otros países no europeos, como Estados Unidos, Canadá, Brasil, Argentina, Australia y Nueva Zelanda.
Comenzaron lentamente a abrirse en Argentina las puertas a la inmigración, en 1850, y durante la presidencia de Mitre comenzó a tomar fuerza, para robustecerse aún más durante la presidencia de Sarmiento, quien veía en Europa, la fuente de la civilización y la cultura. El plan de atracción al extranjero incluía la realización de propaganda en Europa.
Un gran defensor de la inmigración fue sin dudas, Alberdi (1810-1884) quien afirmó, en sus “Bases y puntos de partidas para la organización política de la República Argentina”, en 1852, que “gobernar es poblar”, pero no poblar de cualquier manera, sino con educación, propendiendo al progreso, grandeza y prosperidad de la patria. Se debían firmar tratados con los estados extranjeros favorables para el inmigrante, que debería venir en forma espontánea a trabajar al país. Para ello consideraba prioritario asegurar la tolerancia religiosa.
La Constitución de la Nación Argentina sancionada en 1853, disponía una amplia protección al extranjero, ya desde su preámbulo, cuando declaraba que regiría “para nosotros, para nuestra posteridad, y para quienes quieran habitar en el suelo argentino”.
El artículo 20 dispone la equiparación de los derechos civiles de argentinos y extranjeros, y el art. 25, establece la obligación del gobierno federal de fomentar la inmigración europea, sin entorpecer con gravámenes a quienes quieren arribar al suelo argentino, con el fin de trabajar y vivir dignamente.
En 1855, el Dr. Augusto Brougnes, de origen francés, firmó un contrato con el gobierno provincial correntino, por el cual arribarían a ese destino 1.000 familias campesinas europeas, a quienes se les otorgaría 35 hectáreas de tierra, semillas, harina y animales e instrumentos para el trabajo de la tierra. Esto debía cumplirse en un plazo máximo de diez años.
En 1857, Urquiza estimuló la fundación de la colonia San José, mayoritariamente constituida por alemanes. Ese año se creó por iniciativa privada, la «Asociación Filantrópica de Inmigración», subvencionada por el estado. Esta asociación obtuvo luego la concesión del “Hotel de Inmigrantes”, adonde arribaban los inmigrantes antes de llegar a su destino definitivo.
Hacia 1860, la Argentina era uno de los estados menos poblados de América, ya que hasta entonces los aportes inmigratorios fueron escasos. Con alrededor de 1.800.000 habitantes se acercaba al número de personas que poblaban Venezuela, pero era superada por Chile, con 2.000.000, Perú, con 2.600.000, Colombia, con 3.000.000, y México, que encabezaba la lista de países con mayor población. Ese será el año en que comience la inmigración europea masiva.
En 1865, se fundó la colonia “Esperanza” en Santa Fe, integrada mayoritariamente por suizos, aunque algunos eran franceses y alemanes. Paralelamente, los galeses fundaban su colonia en Puerto Madryn.
En 1869, en el primer censo nacional realizado durante la presidencia de Sarmiento, la población total de la Argentina, ascendía a 1.737.000 habitantes, concentrados en su mayoría en la provincia de Buenos Aires, donde residía aproximadamente el 48 % de la población extranjera. El resto de la inmigración se había radicado en Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Mendoza. El resto del país tenía muy escaso aporte inmigratorio. Haciendo una comparación, la provincia de Buenos Aires poseía 151.000 extranjeros, mientras que solo 135, eran los que residían en Santiago del Estero.
En un mundo esencialmente rural, la tierra se encontraba concentrada en pocas manos.
Sarmiento tenía la idea de que debía terminarse con las enormes extensiones de tierra en pocas manos, ya que se trataba de un elemento de trabajo. Así comenzaron a crearse las colonias, siendo modelo la de Chivilcoy. En su período presidencial, sumado al de Avellaneda se fundaron en Córdoba y Santa Fe, 146 colonias, con lo que el país comenzó a tener un gran desarrollo agrícola. En 1876, se logró exportar 7.642, toneladas de maíz a Gran Bretaña, y en 1878, se realizó la primera exportación de trigo.
En 1875 se creó la Comisión General de Inmigración.
Entre 1876 y 1878, la inmigración decayó a causa de una crisis económica, durante el gobierno de Avellaneda, pero resurgió una vez resuelto el problema financiero. En plena crisis, se dictó una ley sobre tierras públicas, que incluía el tema de la inmigración, pero careció de aplicación por el contexto crítico imperante. Esta Ley, sancionada el 19 de octubre de 1876, contaba de una parte destinada a la inmigración y otra a la colonización. Se establecía la creación de la Oficina de Tierras y Colonias. Disponía además, que las primeras 100 familias recibirían 100ha. de tierra, en forma gratuita. El resto, se abonaría dos pesos la hectárea, pagadero a plazos. Consideraba inmigrantes a “los extranjeros jornaleros, artesanos, industriales, cultivadores o profesores que con menos de 60 años de edad, buena moralidad y aptitudes suficientes, que lleguen en barco de tercera ó segunda clase) al territorio de la República para establecerse en ella”.
En 1880 fue la etapa de la gran inmigración, donde la escuela adquirirá un rol sumamente importante para la formación de la identidad nacional de los hijos de inmigrantes, que debían integrase a una sociedad que no en todos los casos los recibía con los brazos abiertos.
La antigua aristocracia heredera de las tradiciones hispánicas, criticó primero a ingleses y alemanes, para luego dirigirse contra los italianos. El temor surgía de ver a los extranjeros como intrusos capaces de adueñarse de “su” patria. Argentina se había europeizado.
Fue precisamente en la década del 80, cuando surgió la decisión de poblar el desierto, acrecentada en las décadas siguientes. En la primera etapa ingresaban 10.000 personas por año, y a principios del siglo XX, 112.000. La mayor parte de los extranjeros provenían del sur de Italia, casi el 50 %, la tercera parte era española y el resto se integraba por franceses, alemanes, rusos y polacos.
El poblamiento del desierto no fue en la práctica algo fácil de concretar. La oposición impidió que los inmigrantes recibieran tierras en propiedad, y se convirtieron en peones o arrendatarios, y ante la difícil situación muchos emigraron a las ciudades.
En 1898, la cantidad de italianos, era la mitad, en relación a la población argentina.
En Entre Ríos se fundaron 49 colonias, resultantes del emprendimiento de la Jewish Colonization Association (J.C.A.) del Baron Mauricio Hirsch, integradas por judíos que huían de la Rusia zarista.
Santa Fe cobró gran aporte migratorio interprovincial. En 1898, arribaron a la provincia, 15.500 cordobeses, 2.000 porteños, 1.000 puntanos, 700 tucumanos y 200 santiagueños, lo que prueba que además de la inmigración había mucha migración interna, buscando lugares favorables para el progreso económico.
Los extranjeros venían con un equipaje adicional, constituido por sus propios valores morales y religiosos, que se adaptaron prontamente a las costumbres locales, Los descendientes de los que decidieron quedarse en el país, algo más del 50 %, dieron origen a la clase media.
En 1896, se formó el Partido Socialista, con gran adhesión de extranjeros.
En 1902, se dictó la Ley de Residencia, en la segunda presidencia de Julio A. Roca, por la cual el gobierno nacional, poseía la atribución de expulsar a los extranjeros que participaran en actividades delictivas. Esta ley impulsaba la deportación de extranjeros, que participaran en movilizaciones sindicales, ya que los extranjeros lideraban las luchas de reivindicaciones gremiales.
En 1914, con la primera guerra mundial decreció el movimiento inmigratorio. Luego de la Segunda Guerra Mundial, decayó aún más la inmigración europea, que casi acabó a partir de 1952, cuando Europa otorgó condiciones muy favorables de vida a su población, cambiándose por la inmigración proveniente de países limítrofes, sobre todo de Bolivia, Perú y Paraguay.